Afortunadamente se ha desatado una reacción colectiva en contra del comportamiento de los fanáticos que se esconden en el anonimato de las gradas de los espectáculos deportivos para proferir cánticos e insultos racistas y marcharse de rositas, porque son tantos los valores del deporte y tantos lo beneficios que su práctica genera a nivel físico y mental, que no es ni justo ni apropiado que se le asocie a actitudes de esta naturaleza al producirse este tipo de actos en recintos deportivos.
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El “caso Vinicius” ha hecho saltar todas las alarmas y puede servir para dar visibilidad a un hecho que se viene produciendo un día sí y otro también en cualquier espectáculo deportivo y que se había normalizado como si debiera formar parte del mismo, cuando se trata simple y llanamente de violentos que sueltan impunemente su rabia y su odio sin que tenga ninguna consecuencia.
El deporte, como ejercicio, es demasiado importante para la salud como para que se juegue con él. El deporte no es solo un juego, es mucho más, y no se merece que le mezcle con lo que son, en esencia, manifestaciones racistas, que hasta ahora habían quedado impunes.
Habrá que esperar a que, a partir de ahora, desparezcan los fanáticos de los recintos deportivos y podamos disfrutar del deporte como espectáculo sin tener que soportar actitudes grupales de violencia e intimidación hacia los deportistas, a los técnicos, o a los árbitros, así como los enfrentamientos verbales entre aficiones que superen el límite de lo razonable y que no tienen justificación alguna.