El otro día me deje el Smartphone en casa cargando y salí con unos amigos a cenar. Me percaté de que en toda la noche nadie dejó de mirar su teléfono móvil y yo, careciendo de él, me sentí de lo más rara. Comprendí en aquel momento que los únicos temas de conversación de los cuales se hablaban en la mesa eran de aplicaciones móviles, de fotos que había colgado alguien o de comentarios que se soltaban en la red.
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Supe en aquel momento, que si yo me hubiera traído mi celular a la cena, habría estado de la misma manera y lo peor de todo es que no me habría dado cuenta y habría inhibido el hecho de que mirar a una pantalla es como mirar a una pared, sin conversación, sin sentimientos.
La tecnología nos absorbe de manera exasperante. Ahora toda nuestra vida está relacionada a ella y lo peor de todo es que tenemos una dependencia emocional que no es real. O es que acaso cuando se colgó whatsapp en noche vieja, ¿nadie se molestó?
Como reflexión personal me gustaría decir que vivamos. Pero no a través de dispositivos electrónicos, sino con momentos, con risas y valorando lo que tenemos. Si hemos que salir a algún lugar importante, dejemos el teléfono móvil en casa y establezcamos conversaciones con los demás, no tecleando sino con palabras. Si vamos a la montaña o a la playa o simplemente a la casa del vecino, no nos hagamos fotos por postureo, disfrutemos del momento, porque así, es como se construye una buena sociedad, siendo nosotros mismos y no lo que aparentamos ser.