Me gusta caminar; además de ser un ejercicio excelente, me permite ir explorando la cotidianidad de mi ciudad, descubrir cada día alguno de sus inacabables rincones y disfrutar de una de mis aficiones, la fotografía. Pero en los últimos años, caminar por Barcelona se ha ido convirtiendo en algo parecido a aquella "pista americana" de la desaoarecida mili.
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No diré nada de las bicis, porque ya es un tema recurrente, pero es que, además de las bicis, nuestras aceras se ven invadidas por patinadores, 'skatters' y, últimamente por patinetes eléctricos, con la misma proporción de incívicos (mejor calificables, en demasiados casos, de auténticos gamberros).
Nuestras aceras se ven invadidas por todo tipo de obstáculos: postes de señales, motos estacionadas... Y no hablemos de su limpieza que, como está en la mente de todos, evitará describir por si alguien lee esto durante su almuerzo.
Y los veladores, las terrazas... Ah, los veladores callejeros. Tan mediterráneos, ellos, fuente de un pingüe negocio para tantos y tan honorables hosteleros. Antes, por lo menos, al finalizar el buen tiempo los retiraban, pero en la actualidad, la legión de fumadores expulsados de los locales públicos los ha hecho rentables los 365 días del año. Ya no se trata de unas cuantas mesas y sillas fuera del establecimiento, sino de verdaderas instalaciones, de hecho, permanentes: entoldados, marquesinas, estufas...
El otro día, bajaba por la Rambla de Catalunya y en toda su longitud, salvo el breve tramo en que está enclavado el edificio de la Diputació, los veladores (y toda su parafernalia) ocupaban la mitad exacta de la acera central. Ya no solamente han invadido el espacio peatonal, es que nos han sustraído también la vista, la perspectiva... Y así, cada año, poco a poco, a los peatones, a los paseantes, se nos va comprimiendo y apretujando y se nos expulsa, de hecho, de muchos ámbitos urbanos.
Los ciclistas se quejan de las motos, las motos de los automóviles, los automóviles de los autobuses, los hosteleros del Ayuntamiento... Los peatones, ni siquiera tenemos voz, y la poca que tenemos no se escucha. ¿Quién nos defiende a nosotros, a los que sufrimos la agresión de todos los demás?