La crisis económica que sufrimos en esta parte del mundo desarrollado es fiel a sí misma, idéntica a otras crisis previas; forma parte del carácter cíclico del mercado no competitivo. Ahora toca estar abajo, no era posible seguir creciendo, desde 2009 el decrecimiento ha sido, por fin, realidad; porque la crisis no es de escasez, sino de sobreproducción; el sistema globalizado tiene más y mejor capacidad productiva (acumulación) que de consumo (reparto de rentas).
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Las alternativas también vuelven a ser las dos mismas de siempre: el Estado controla la riqueza acumulada mediante la prestación de servicios públicos que racionalicen la producción y limiten el consumo o, renunciando a la razón, se destruye esa riqueza lo más eficazmente posible, para crear nueva escasez, a partir de la cual el dinero empezará a circular de nuevo y a concentrarse en las manos de unos pocos, cada vez menos y más fuertes.
Las guerras que históricamente habían sido de apropiación y expolio, a partir de 1914 se modernizaron y pasaron a formar parte constitutiva de la industria, militar evidentemente, y desde entonces son grandes hogueras donde quemar los recursos colectivos para propiciar la acumulación privada. Necesitamos ejércitos profesionales para contener la pobreza fuera de nuestras fronteras, y también para luchar contra el peor enemigo jamás imaginado: el 'parón' económico. Las nuevas armas serán el motor para el desarrollo del civilizado Occidente, ese es el gran pacto social fundamental, porque limitar la producción y la acumulación de riqueza parece inasumible para la mayoría.