El 2020 no solo ha sido un año de incertidumbre, miedo y muertes, sino el año 'déjà vu'. Un año que nos remite a aquella recesión del 2008, a la devaluación de la peseta del 92, o por qué no, a la guerra civil. Nos hemos afinado demasiado como para comer cinturones.
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Con un total de más de 700.000 personas en erte y de 44.000 desempleados en este comienzo de año, vuelven los fantasmas laborales del pasado. Y, con ello, el temor a caer enfermo, a que tu 'estancia' en el erte sea más larga de lo esperado, a los sueldos precarios, los pagos 'en B' (ya que los trabajos puntuales no son compatibles con el erte, ni el erte es completo para llegar a pagar todas las facturas), las horas extras eternas e impagadas, donde el único plus al que el empleado accede será contagiarse de este virus... Y todo esto es aceptado, única y exclusivamente, por el famoso argumento “si no lo haces tú, lo harán otros”.
Todos asumimos al final las víctimas personales que este virus dejaría, pero jamás vimos venir que morirían aquellos derechos laborales por los que otros dieron sus vidas.