En 2008 nos dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Nos recordaron que trabajar es sufrir; para ser productivos y rentables había que retomar la tensión competitiva personal que ya se nos había olvidado; los recortes de servicios públicos y de derechos laborales, para propiciar la acumulación de riqueza y su reinversión productiva, era la única salida a la crisis financiera global.
Entretodos
En 2020, dice el FMI, que con un retroceso del PIB global del -4,9% (un -11,2% en España) estamos en recesión. El decrecimiento económico, que parecía imposible, es un hecho consolidado. La reducción del déficit público y las otras órdenes anticrisis emanadas de los “mercados” para crecer 'ad infinitum' no sirven. Planificar la economía, reordenar el reparto para reducir la desigualdad empieza a ser imprescindible. Vista desde sus consecuencias macroeconómicas el covid-19 puede convertirse en el gran revulsivo para un conseguir un mercado menos depredador de recursos naturales, menos competitivo y más consecuente con la cohesión social, que es absolutamente necesaria para enfrentarse a nuevas pandemias y a los otros retos de la humanidad como especie.