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"Sobre los corsés lingüísticos"

Posverdad, postureo o clic, lo nuevo de la RAE

Yo creía que el “bullying” lingüístico ya estaba superado. Por eso me sorprendió tanto lo que sucedió en un programa de televisión. En él un humorista se mofaba de un presentador andaluz que intentaba matizar su acento para resultar más comprensible a los espectadores. A ver, señor humorista, no existe una única forma “correcta” de hablar una lengua, porque el concepto de que la corrección lingüística se limita al estándar es anticuado y nada científico. Cada persona utiliza la lengua (castellano, catalán o cualquier otra), con las características de la comarca donde se ha criado -el vocabulario, la pronunciación, incluso rasgos específicos a la hora de construir frases-.

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Pensé en aquel programa mientras leía 'Volver a dónde', de Antonio Muñoz Molina. Explica el escritor que en su Jaén natal los nublos son nubes y estas son tormentas, los olivos se llaman olivas y los burros, borricos. Simplemente lo constata, no lo valora, no se burla sino que lo añora. Y Muñoz Molina es académico de la lengua, entre otros títulos que le confieren cierta autoridad.

Un dialecto no es el reflejo de un nivel cultural concreto ni de pertenencia a una clase social más baja. Más bien al contrario, los dialectos son variantes de la lengua bastante más ricas que el estándar en algunos aspectos.

Esa inclinación hacia la uniformidad, que ocupa ya demasiadas esferas de nuestra vida, desde la forma de vestir hasta el ocio, no debería nunca destruir la idiosincrasia de cada comunidad de hablantes.

Por eso me encantó que nuestro presentador -de buen rollo- reaccionase respondiendo al humorista inculto: “Mira, cuando se acabe el programa te voy a dar una 'somanta' de palos”. “Somanta de palos”: expresión en desuso entre los jóvenes en gran parte de España, pero muy habitual en Andalucía.