En cuanto me enteré de la noticia del cierre de bares, convoqué a tres amigas para despedir por todo lo alto a lo que nos 'da la vida' a los jóvenes: los bares.
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El cierre de bares es ya lo que nos faltaba por ver. Que se impida a los hosteleros abrir siquiera sus terrazas cuando por las mañanas los metros van desbordados. Yo creía que económicamente este país ya no se podía hundir más, hasta que leí esta noticia.
El jueves, durante la cena, hablaba con una camarera y le preguntaba qué sería de ellos ahora, a lo que me respondió: "Yo aún tengo suerte porque no debo pagar una hipoteca y no tengo hijos, pero el dueño sí tiene estas obligaciones".
Como lo oyen, señores políticos, acaban de condenar a los bares a la ruina y al cierre absoluto, pero recuerden una cosa: con restaurantes abiertos aún se puede tener un control de la actividad social, pero cerrándolos solo conseguirán que estas reuniones se trasladen a las casas y ahí sí que no va a haber forma de controlar los contactos.