En el curso de una negociación con abogados alemanes que se habían desplazado a Barcelona, después de varias horas sin alcanzar resultados, uno de los partícipes autóctonos sugirió ir a comer para continuar con los tratos, propuesta a la que los teutones respondieron negativamente: "Ustedes los españoles todo lo arreglan comiendo. Los alemanes primero trabajamos y luego comemos." La respuesta cayó como jarro de agua fría para los que el estómago nos hacia ruido, pero aquellos prosiguieron impertérritos en su afán laboral, buscando alcanzar un acuerdo que no fuera resultado de los posibles efluvios alcohólicos o simplemente placenteros, derivados del frustrado ágape. Pero realmente aquel aviso puso de manifiesto dos formas distintas de hacer las cosas.
Entretodos
En este lado de Europa y en concreto en nuestro país, es bastante habitual observar como los restaurantes de carta, sobre todo de las grandes ciudades y en días laborables, se atestan de público que se adivina empresarial en el que, entre plato y plato, tratan de sortear los habituales desencuentros que cualquier negociación conlleva o, tal vez, la negociación es una simple excusa para llenar el buche de ricas viandas.
Tampoco el ámbito de la política escapa de ello, pues como hemos visto en estos días es notorio que cargos de la Administración suelen llevar a efecto "comidas de trabajo" con diferentes contertulios convertidos en comensales ocasionales a los que, por la razón o interés que sea, conviene tener a buenas, y donde por lo elevado de las facturas parece que no se ha comido de 'menú' ni se ha bebido agua para mantener los sentidos en el orden que requiere una "negociación" si es que esta existe.
La diferencia entre estos eventos gastronómicos, los de la empresa privada y los del sector público, es que, en el caso de estos últimos, los pagamos todos los mortales que cargamos con los impuestos de toda índole que vacían nuestras cuentas periódicamente.