Llegó diciembre, mes del estrés por excelencia. Sí, amigos, el estrés esta en las calles. Estrés por los gastos de Navidad, por Papa Noel, los Reyes, los regalos, las aglomeraciones, el niño que tiene una rabieta porque el 25 piensa que lo que había pedido caería seguro, por la cena de Nochebuena, la comida y la cena de Navidad y Sant Esteve. La lista de gastos ya empieza con el Black Friday, pero por mucho que los paquetes de internet lleguen rápido gracias a los transportistas, el agobio ante expresiones como 'está agotado' o 'fin de existencias' no te lo quita nadie.
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Y este estrés se suma el de las reuniones por la cena de empresa en la que hay que controlarse, no vaya a ser que le vayas a recordar al jefe lo buena persona que ha sido durante todo el año; además de las dos semanas de comidas familiares, porque con unos te llevas genial pero a otros no los puedes ver ni en pintura. Y esa anciana, sea tu tía o tu abuela, que te recuerda "¿y la novia?" (cuando estás soltero) o "¿ para cuando la boda?" (si ya tienes novia), o peor, esos familiares tan fantasmas que merecerían su espacio en 'Cuarto Milenio', o aquellos cuñados que merecen un buen guantazo y a los que no recuerdas porque hace un año que no hablas con ellos.
Y luego está Año Nuevo, busca macrositio para macrofiesta con macroentrada a macroprecio, o busca colega con casa desierta o un local porque, como decía Risto Mejide en 'El pensamiento negativo', ese día tienes que salir, sí o sí, no valen excusas, haya sido el año que más hayas salido y aunque hayas salido el día anterior. Da igual, ese día sales porque así está escrito y punto; muy democrático todo.
Mi recomendación siempre es la misma, relájate, y para el año siguiente piensa en dotar tu filosofía vital de un poco de tolerancia y respeto, evitando según que malos tragos. Ese es un buen propósito, mucho mejor que el de bajar de peso o aprender inglés, eso si, de la anciana no te libra nadie, por mucho que diga "este año es el último" no lo va a ser, porque bicho malo nunca muere.