Se trata de llamadas intempestivas, cuya única finalidad es la de molestar en horario de descanso o soliviantarnos, dada la insistencia en vendernos un producto, encuestarnos o, lo que es más indignante, no contestar cuando descolgamos el teléfono. A lo largo de la mañana o de la tarde (incluso una vez osaron hacerlo a las 6 de la mañana), perseveran en esta conducta entre gamberra y delincuente.
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¿Qué hacer en estos casos? ¿Llamar a la Policía? No, no es una competencia suya. La paciencia tiene un límite, y traspasado este les insulto, pero mi reacción solo alimenta su diversión.
Mi vecindario está recibiendo también las llamadas de estos individuos; es motivo de charla en la tienda o en la calle. Comprendo que hay problemas más graves en este momento, pero imagino que quien lea estas líneas puede ser otra víctima de estos comportamientos.
Esta gente ha conseguido, empero, engañar a almas cándidas, que han sido estafadas por mor de facilitarles datos personales para acceder a sus ofrecimientos de suscripción a una compañía telefónica o eléctrica más barata, a la venta de ordenadores de última generación o a Dios sabe qué más filfas que sus mentes aviesas maquinan.
No se dejen manipular. No contesten a sus preguntas, no caigan en sus trampas. Esta es una modalidad de acoso que se acaba cuando se desconecta el teléfono. Desconectar: he ahí la solución que se me ocurre, igual que hacemos en la vida cuando queremos zafarnos del ser enequético de turno.