En esta debacle del Barça el expresidente Bartomeu ha colaborado mucho, pero otros lo han ayudado de manera incansable. En toda hecatombe siempre coinciden muchos factores. Lo del Cádiz —justo a la hora de comer— dejó claras muchas cosas que ya se venían intuyendo. La primera de todas, para mí la más grave, es la desidia, es decir, ese desánimo e indolencia general de todos: jugadores, entrenador, técnicos y ayudantes. Y en segundo lugar las otras causas.
Entretodos
Koeman —un jugador genial— es un entrenador mediocre; el pasado domingo sustituyó a Pedri en el momento en que más falta hacía. Otro de sus grandes fallos es contar con Griezman, un jugador que siempre juega contra su equipo. Después están Jordi Alba, Piqué y Busquets que, lastimosamente, ya no son jugadores para el Barça; les quedan algunos detalles de lo que fueron, pero nada más. A Dembélé —a veces, genial— lo traspasaría lo antes posible. Y al resto de jugadores les pediría perdón por haberles fichado y les ayudaría a instalarse en otros clubes de menor rango: seguramente, en ellos serán aprovechables y felices.
Messi nos ha dado muchos años de gloria y satisfacciones insuperables, pero, en estos momentos, su marcha se ha convertido en una necesidad urgente. Aquel contundente 8-2 del Bayern, después el 1-4 del PSG y ahora el 1-1 con el Cádiz son suficientes datos para saber que los únicos activos fiables con los que el Barça cuenta para organizar su futuro son Pedri, Stegen, de Jong y, naturalmente, los culés de siempre. No hay más.