Cada día nos sorprendemos con nuevos casos de abusos sexuales cometidos por perversos miembros de la Iglesia Católica en España. Siempre he creído que el celibato es una auténtica aberración, y a las pruebas me remito.
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La Iglesia, con un grave problema de vocación actual, está envejecida y su gerontocracia hace que no reaccione con severidad en casos que, a pesar de las reiteradas denuncias, han tardado muchos años en descubrirse.
Aplaudo la valentía de los denunciantes. Hay muchos casos que no se denuncian por miedo a todos los perjuicios sociales obsoletos, y ante una institución que vive aún en la pompa y la anacronía del pasado (sin avanzar en propuestas que acepten la libertad sexual como algo innato, y no un pecado) es absurdo un celibato que solo conduce a abusos con nocturnidad totalmente delictivos.
Mi apoyo absoluto a las víctimas de tanta injusticia, y que la ley -no la eclesiástica, sino la penal ordinaria- condene con severidad a los autores sin prescripción alguna.