Mi generación, la de los nacidos a principios de los 50, no fue, evidentemente, la más afectada por la Guerra Civil. Esa fue la de nuestros padres, que eran niños o adolescentes durante ese vergonzoso conflicto. Pero nosotros fuimos los que crecimos educados en una enseñanza condicionada por la dictadura, donde la honestidad, el respeto a la ley, al orden y a la Iglesia, según el concepto franquista, era lo primordial.
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De pronto, en el 75, casi recién veinteañeros, fallece el dictador y todas esas enseñanzas pierden sentido. Prácticamente es como si nos hubieran dicho "toma lo que te sirva de todo eso y... ¡corre!". Y empezamos a buscarnos la vida, porque trabajar ya lo hacíamos desde la adolescencia. Y creímos que, con ese nuevo Rey, se abría una época nueva, de honestidad, de recompensa para el que fuera honrado y trabajador.
Y levantamos este país, con negocios, proyectos e ilusión. Y cumpliendo con las reglas que la sociedad nos marcaba. Ahora, ya jubilados, descubrimos que ese Rey que nos predicaba honestidad cada Navidad, no deja de ser otro perfecto exponente no solo de la eterna picaresca española, sino de la típica mala cabeza de los Borbones.
Y, a estas alturas de nuestra vida, se nos asusta continuamente con el valor de nuestras pírricas pensiones, se nos intenta hacernos sentir culpables de todas las crisis económicas por las que pasa y pasará el país cuando los grandes problemas para la nación parten de los que están arriba, de los que mandan y tendrían que dar ejemplo. Somos una generación estafada, pero, tranquilos, crecimos solucionándonos nosotros mismos nuestros problemas y así seguiremos hasta que nos entierren.