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Agresiones machistas, un problema estructural

Protesta contra la violencia machista, el pasado noviembre, en Barcelona. / FERRAN NADEU

Tras el destape del caso Weinstein y la lista interminable de denuncias y testimonios de abusos sexuales reportados, el debate sobre las relaciones humanas entre géneros vuelve a estar sobre la mesa. Esta vez, no es un debate que concierna solo a las personas más sensibilizadas con la problemática, ni que hable de casos concretos y puntuales, sino de algo extendido en un gran porcentaje de personas de nuestra sociedad.

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Cualquier hombre tendrá en su entorno cercano mujeres a las que pueda preguntar, ya sean esposas, madres, hermanas, primas o amigas. Si decide indagar, rápidamente se percatará de que todas y cada una de ellas (casi sin excepción) pueden recordar, al menos, un caso de abuso sexual, ya sea violación, intento de violación o presión psicológica en la pareja para tener relaciones sexuales (sí, el sexo consentido pero no deseado forma parte del abuso).

Si empezamos a contar los casos de acoso en la calle, trabajo, escuela y demás, podemos toparnos con una lacra que está muy lejos de ser una cuestión puntual o aislada relacionada con el estatus social, entorno, cultura o religión; más bien, la forma en la que un género ha sido educado y condicionado para relacionarse con el otro. Un comportamiento que se ha perpetuado y normalizado en las series, programas, novelas, películas, colegio y hogares. Y que debe erradicarse para que gran parte de un género, deje de ser una amenaza para el otro.