Todo el que se gane la vida vendiendo algo, por ejemplo una frutería o un partido político, tratará de fidelizar a sus clientes habituales y hacerse con otros nuevos pero nunca con prisas o engaños, porque se le vería el plumero.
Entretodos
Yo compro en un frutero que cuando me ofrece un melón y le pregunto si me saldrá dulce me pide que tenga fe en ello. Pero, como no puede ser solo una cuestión de fe, además se compromete a que si no es así me lo cambiará por otro o me devolverá mi dinero.
¿Todos hacen lo mismo? Pues no. Abrimos el melón del procés, nos salió amargo, y sin embargo los políticos que nos los vendieron como si fuera una ganga nos piden ahora que tengamos fe en que es cuestión de tiempo que se vuelva dulce. Propongo que nos olvidemos de esos apresurados melones y que, dado que están en su sazón, probemos una o dos parsimoniosas cerezas y, si nos gustan, compremos medio quilo de ellas. Y si no, de otra fruta. Hay tanta sobreabundancia de fruterías y partidos políticos que seríamos tontos de no aprovecharla.