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La triste historia de la primera dama

La figura fue creada por los estadounidenses para competir con las realezas europeas y su actual vigencia es tan anacrónica como lo es la monarquía.

La reina Letizia (c), la mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez (c-d), la mujer del secretario general de la OTAN, Ingrid Schulerud (c-i) y la primera dama estadounidense, Jill Biden (4d) junto con el resto de los acompañantes de los mandatarios que asisten a la cumbre de la OTAN posan junto al Guernica de Picasso en su visita del Museo Nacional de Arte Reina Sofía este miércoles. / BALLESTEROS/EFE

En la rueda de prensa conjunta con el primer ministro de Canadá, con motivo de la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid, escucho a Pedro Sánchez presumir de su "política internacional feminista". Lo escucho pero visualizo la otra cumbre paralela que tristemente hemos presenciado estos días: la de las primeras damas. Como en una película de otra época donde los hombres se retiraban a otra sala a fumar, hablar de cosas serias y ordenar el mundo; en la cena para agasajar a los invitados en el museo del Prado, a las 'first ladies' se las dio de comer a parte, en la sala de las Musas. Ay, disculpen. Ahora se les llama "los acompañantes". En esta ocasión, se han incorporado dos hombres al grupo (los maridos del primer ministro de Luxemburgo y el de la presidenta de Eslovaquia) y aunque ellas sigan siendo mayoría, la representatividad universal la tiene el varón. Por eso y porque referirse a ellos como "primeros caballeros" se conoce que no es correcto (les ofende, les hace de menos)..."No existe ese rol", me repiten los yihadistas del protocolo (como si el de primera dama sí existiera, más allá del ombligo del mundo: EEUU).