Un seudónimo, en literatura, sirve para muchas cosas. Como es bien sabido, la baronesa Karen Christence Blixen-Finecke firmó toda su vida como Isak Dinesen, básicamente para esquivar la discriminación de que eran objeto las mujeres escritoras, al igual que la británica Mary Ann Evans, que se escondió detrás de George Eliot para publicar todos sus trabajos, entre ellos la famosa ‘Middlemarch’. Nunca estuvo del todo claro por qué Pablo Neruda firmaba como Pablo Neruda y no como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, que era su verdadero nombre, entre otras cosas porque el poeta siempre eludió o respondió con evasivas las preguntas al respecto. Una teoría dice que lo hizo para esconderse de su padre, que desaprobaba su ambición poética, y otra, que sentía que ese nombre no encajaba con su personalidad de vate.
Los escritores y sus alias
Seudónimos literarios: la importancia de no llamarse Ernesto
La polémica en torno al premio Planeta ha vuelto a poner sobre la mesa un tema donde se mezclan el machismo, la libertad artística y el juego que siempre rodea la doble identidad
La catalana Caterina Albert, que firmaba como Víctor Català.
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