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Jorge Alcover: «Todo, al final, son las ganas que tú le pongas»

En cinco años ha logrado 400 alumnos de danza aérea, la disciplina reina en la escuela que él montó: Onair Barcelona

Jorge Alcover, en el espacio de Onair Barcelona. / RICARD CUGAT

Tensar y fluir, agarrar y soltar. A unos seis metros del suelo, la danza aérea pone en juego el dominio del cuerpo en un sinuoso flirteo con la ley de la gravedad. Fuerza en las manos, el timón, y seguridad en las telas. Con ellas, Jorge Alcover articula y desarticula cada movimiento. «La telas son –dice– mi pareja de baile». Tela, aro, trapecio y cuerda son el atrezzo en un espacio de techos muy altos en el distrito barcelonés del Poblenou. En el número 99 de la calle de Pere IV Onair Barcelona dio nombre hace cinco años a la primera escuela de danza aérea de España. Alcover asentaba así la disciplina que empezó a moverse por sus venas cuando sobre las ruedas de los patines de bota se deslizaba de niño por las calles de Lloret de Mar.

¿Qué conecta la danza aérea y patinaje?

El nexo es el movimiento desde el centro del cuerpo y cómo el cuerpo se desarticula para ser tú quien decide su nuevo control. Es como aprender a controlar el descontrol. Sientes el deslizar, la no conexión con el suelo, sobre ruedas, en el aire o sobre agua, ahora experimento lo mismo con el surf.

Un desafío al vacío. ¿Sin miedo?

La altura se conquista poco a poco. Hay personas que han superado el vértigo con la danza aérea. A nuestra escuela vienen desde niños de 4 años a mayores de 50. Todo es las ganas que le pongas tú, al final, como en todo en la vida. Sí hay quien prueba y dice: esto no es para mí, pero para la mayoría es un autodescubrimiento que no imaginaban.

¿Es más fácil de lo que parece?

La superación es muy bestia. Aprender a dominar la fuerza para moverte aporta mucha confianza. Muchos padres que venían a traer a sus hijos, un día lo probaron y hoy son ellos alumnos también. Los resultados son visibles muy rápido, siempre das un paso más allá, con el arnés junto a la pared, subir, invertir el cuerpo... Es absolutamente adictivo. Además, el ambiente es amateur y muy familiar, aunque si alguien quiere profesionalizarse, nosotros nos encargamos de formarlo como al mejor.

¿El sobrepeso es un hándicap?

No. Solo que hay que trabajar más para controlar el cuerpo. Si tienes fuerza, puedes hacerlo. Porque no volamos, jugamos con el fluir y la tensión. Pero en aro, trapecio, tela y cuerda interviene la fuerza.

¿Cuál ha sido su periplo desde los patines en la calle a su escuela de danza aérea?

Como me gustaba tanto el movimiento, desde que iba a la escuela en patines, quise hacer clases de danza. Pero en casa no lo veían claro. Así que aproveché un cambio de instituto desde nuestro pueblo, Lloret de Mar, a Girona, para apuntarme allí a baile. Luego estudié Interiorismo y me dediqué a ello, porque me gustaba, pero también por lo que se esperaba de mí en casa. Compaginé los estudios con clases en la escuela de baile de Coco Comín. Recuerdo el primer día de clase con mallas y en la barra de clásico y la música de piano en directo. Casi lloraba.

¿Qué es lo que le atrapa del baile?

Sentir la vibración de la música y seguirla con el movimiento. Por eso, haciendo musicales –lo ficharon para el espectáculo 'Hoy no me puedo levantar' y se fue de gira con él– entre canto, interpretación y danza, yo sentía que la danza era lo mío.

¿Cuándo la elevó al aire?

En una boda me hablaron de trapecistas en Buenos Aires y fui a verlos. Al volver, en Barcelona una pareja Victor y Delia, los Atenas, trapeicistas, me enseñaron. Me convertí en el Jorge de las telas. Así, otros bailarines, me crearon el posicionamiento. Un día pensé: ¿Qué sé hacer? bailar con telas. ¿Qué es lo que no hay? quién lo enseñe. Y colgué cartelitos de: clases de telas. Estaba en clase de Interiorismo y me sonaba el teléfono. Salía, tomaba nota y luego llamaba. Enseguida tuve 6 alumnos. Al principio, alquilaba un espacio de otra escuela de baile. Y cuando tuve 30 alumnos dije: ahora quiero montar la mía.