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Xavier Matheu: «Erasmus y vuelos low cost han hecho más por Europa que nadie»

Un catalán con despacho en Turín. Trabaja en uno de esos entes europeos muy poco conocidos.

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Con la caída del muro de Berlín (1989), a Europa le empezaron a preocupar cuestiones como el sistema de formación de ciudadanos que llegarían a nuestros países, futuros miembros comunitarios, en busca de trabajo. Las competencias en juego en un mercado laboral común dieron pie a la creación de programas de cooperación internacional como el que coordina Xavier Matheu (Barcelona, 1961). Desde la Fundación Europea de Formación (ETF) que tiene su sede en Turín (Italia), asesora a la Unión Europea en materia de Formación Profesional para tender puentes a quienes desde países extracomunitarios aspiran a trabajar en la comunidad europea. Crear planes de formación y ocupación que faciliten la homologación de currículos es parte de su cometido.

En plena crisis de refugiados, alegra saber que existe otra mirada a la inmigración.

El movimiento de personas es inevitable y que estén preparadas para trabajar es positivo para todos. Nosotros preparamos la teoría para equiparar cualificaciones. Los estándares ayudan a actualizar y modernizar contenidos y métodos educativos y es la mejor estrategia para afrontar los requisitos de una creciente competitividad, sea en el mercado interno como en el internacional.

¿Con qué países trabajan sobre todo?

Especialmente con los candidatos a entrar en la Unión europea, los de la ribera sur del Mediterráneo, entre Marruecos y Jordania, todos los países mediterráneos; también los de la antigua Unión soviética, en la Europa del Este y Asia Central. Primero radiografiamos los programas de Formación Profesional en las regiones o países, los analizamos para cuando la Comisión europea necesita establecer diálogo para cooperar con ellos cuente con toda la información en sus ámbitos de ocupación y formación. Sobre todo de las áreas en las que podemos colaborar.

Cimientos para tender puentes.

Por ejemplo, a Europa llegan para trabajar muchos ciudadanos de Ucrania, pero a sus industrias también llegan en busca de ocupación ciudadanos de Asia Central o del Cáucaso. Lo ideal es identificar lugares de trabajo que pueden cubrir inmigrantes. Eso técnicamente no es una tarea complicada. Canadá, Australia o Nueva Zelanda tienen sistemas que casan competencias y perfiles de inmigrantes demandantes de trabajo con ofertas del país que no cubre la población local. El problema es solapar necesidades. Y que lleguen los inmigrantes sin una previa selección coherente y luego se regularicen no es la manera ideal.

También en Europa los países estuvieron más lejos unos de otros años atrás.

Los vuelos low-cost y el programa Erasmus lo hicieron todo más posible, han hecho más por Europa que nada. Cambiaron el mercado y ampliaron nuestros horizontes. Hace 20 años un billete de avión de Barcelona a Bruselas podía costar 1.200 euros y ahora por 20 o 30 lo tienes. A los jóvenes, la oportunidad de estudiar en otro país europeo los ha habituado a pensar laboralmente muchas más opciones que las de su país.

Como usted, vuela cada semana entre Turín y Barcelona como quien va en metro.

Mi esposa, dependiendo de Renfe, hay viernes que puede tardar lo mismo en llegar a casa desde Girona, donde trabaja que yo desde Turín. Las distancias son relativas. Y yo en el avión he hecho algunos amigos catalanes que también viajan cada semana de Barcelona a Turín y con los que compartimos un grupo de whatsaap para quedar, o compartir transporte hasta el aeropuerto.

Su ejemplo de vida será cada vez más común entre las nuevas generaciones.

Sí, porque las economías cada vez son más globalizadas y están más conectadas. Los procesos productivos convergen cada vez más, por las propias lógicas del mercado. Ahora faltaría pensar más en integrar también a los extracomunitarios.