El año 2013, Luz Marina Lázaro (Valledupar, Colombia, 1958) acogió a su hermana en su casa de Venezuela. Llegaba desde Colombia tras ser extorsionada en su restaurante por grupos armados que le proponían dos posibles formas de pago: el dinero o la vida. A los dos años, la familia -Luz Marina incluida- volvió a Colombia, donde el acoso siguió hasta que en mayo del 2017 decidieron refugiarse en Barcelona solicitando asilo político. Mientras se lo tramitan, Luz Marina se dedica a la costura, su pasión, en el taller de Mujeres P'alante, un espacio de mujeres de diversos países que luchan por su futuro.
-Ya no aguantaban más.
-No. Siguieron las amenazas; cada 15 días durante un año venían encapuchados, otras veces con una gorra bajita, siempre a por su vacuna, como ellos le llaman al pago. Un día, uno se quitó la camisa para que viéramos que tenía escondida tremenda arma.
-Llegó a Barcelona hace año y medio.
-Sí, vine después de que mi hermana lo hiciera con su hijo malherido después de que le dispararan. Yo les había estado ayudando en el restaurante y me traje a mi hijo pequeño; hace poco ha llegado también mi hija.
-¿Cómo está ahora?
-Todo cambió cuando, una vez aquí, mi hijo me llamó para decirme que le habían concedido el asilo pero tenía que irse a Madrid. Estaba cosiendo y por los dedos de los pies noté un frío que me congeló los huesos: no paraba de temblar y vomité mucho.
-¿Qué le ocurría?
-Me diagnosticaron un ataque de ansiedad por los nervios que me había producido todo aquello. Desde entonces estoy en tratamiento y le tengo miedo a los trenes, a las multitudes...cuando hay mucha gente me pongo a llorar; me desespero porque me siento perseguida y creo que me van a agarrar.
-Y aun así, sigue cosiendo.
-¡Claro! Porque me siento con ganas de trabajar y en el taller de Mujeres P'alante estoy entretenida y no pienso tanto.
-Hábleme de su solicitud de asilo político.
-Pedí asilo nada más llegar porque no tenía adonde ir. Ahora estoy en la segunda fase: me dan una prestación para una habitación y manutención. Hay hasta mayo del 2019 para que lo resuelvan definitivamente.
-¿Cree que se lo concederán?
-A mi hermana se lo acaban de denegar, pero va a apelar. Yo haré lo mismo si es el caso. A Colombia no vamos a volver porque allí no podemos vivir: si mi sobrino vuelve, es hombre muerto. Por eso ahora coso, para intentar buscar una salida laboral.
-¿Por qué costura?
-Siempre me ha gustado: a los 8 años empecé a coser a mano. Cuando tuve mi segundo hijo, dejé de trabajar y me quedé cosiendo: hacía ropa de niño y la vendía. Crié a mis hijos con la máquina.
-¿Qué hace en el taller exactamente?
-Voy unas 5 horas al día y sobre todo corto telas para que las otras mujeres cosan, porque tengo cuatro hernias cervicales y no debería coser, aunque a veces lo hago si no es mucho tiempo.
-¿Están las otras mujeres en su misma situación?
-La mayoría son jóvenes y de otros países: Marruecos, El Salvador, Bolivia…dos de ellas han pedido asilo y a otra, por ejemplo, la van a desahuciar dentro de poco.
-¿Cómo conoció a este colectivo?
-Me lo recomendaron los trabajadores sociales como fórmula para ayudar a mujeres migrantes. Hice un curso y ahora enseño a las que aprenden todo lo que sé sobre costura.
-Y ahora buscan vías para ganarse la vida.
-En eso estamos. De momento, vendemos lo que cosemos en mercadillos y ferias, pero nos gustaría dar servicio a alguna empresa. Tengo la esperanza de que el taller salga adelante.