GENTE CORRIENTE

Àngela Zapata: "Los cantos entran en mí y llenan mi interior de paz"

Desde los cuatro años quiso tocar el violín y con él emprendió un camino por la música en el que la espiritualidad confluye

Ángela Zapata Dalmau, con su violín, en el pasaje de Méndez Vigo, donde estudia italiano. / JORDI COTRINA

El próximo domingo Àngela Zapata Dalmau (Tarragona, 1993) subirá con su mochila a un autocar con destino a Lyon. Tras seis horas de viaje, cambiará de transporte para llegar, en poco más de otra hora, al lugar donde tantos jóvenes de toda Europa han ido a realizar su particular Erasmus espiritual: la comunidad ecuménica de Taizé. Allí Àngela pasará unas semanas, nutriendo su alma y tomando perspectiva, tras haber finalizado su máster en musicoterapia. Es la disciplina donde han confluido finalmente sus estudios de canto y violín. Espiritualidad y música guían ahora su propósito de ayudar a las personas con sencillas notas musicales.

-¿Cómo llegó la música a su vida? -Mi bisabuelo materno, Josep Maseras i Bertran, de Montblanc, fue músico, componía sardanas. Yo ni lo conocí, y nadie en casa me vinculó a la música. Pero con cuatro años ya le decía a mi madre que quería tocar el violín. Cuando tenía seis me apuntó a la escuela municipal de música Pau Casals, de El Vendrell. Se entraba con siete, pero me admitieron. Y fui siempre en un nivel superior. 

-¿En el canto cómo se inició? -Hice unas colonias de teatro musical que me emocionaron. Cantar me hacía sentir muy feliz, me ayudaba a expresarme.

-¿Cómo canalizó su carrera con el canto? -Cantaba en un coro de voces blancas de El Vendrell, y a los 16 años empecé a ir a clases de teatro musical. Eran en Barcelona. Subía al tren con tanta ilusión... Sentía que aquello no lo podía dejar. Y me inscribí en canto clásico en el Conservatorio Profesional del Liceu, y luego descubrí la musicoterapia.

-¿Cómo la descubrió? -En unos videos en Youtube sobre el método del británico Nordoff Robbins y, viendo cómo la música cambia las vidas de la gente, sentí que quería dedicarme a ello. Los estudios en el Liceu fueron mi trampolín al máster en musicoterapia en Isep.

-¿La música ha obrado terapéuticamente en su vida personal? -Siempre. Desde niña, tocando el violín y cantando y bailando, hasta hoy. Utilizo la música para canalizar emociones. Me gusta salir al jardín y componer canciones que expresan mi estado emocional.

-Usted hace música: canta, toca y compone. ¿Y la música qué hace por usted? -Los cantos entran en mí y llenan mi interior de paz. Por eso mi primera experiencia en Taizé me enganchó tanto. Los cantos en sus oraciones son mantras que se van repitiendo y, poco a poco, entran dentro de ti y te transforman llenándote de paz. Yo dediqué mi tesis del máster al estudio de los efectos positivos de los cantos de Taizé en un grupo de oración de Barcelona.

-¿Qué la llevó a Taizé la primera vez? -En un momento de bajón, sentí ganas de dedicarme a mi crecimiento interior, a reencontrarme conmigo misma. Llamé a una compañera de la clase de orquesta para preguntarle cuál era aquel lugar espiritual donde ella iba cada verano. Y me dijo que al día siguiente había reunión para preparar un nuevo viaje allí. Y todo fluyó.

-¿Qué es para usted la espiritualidad? -El amplificador de mi vivencia musical, y de mi relación con todo. Me ayuda a elegir lo que me da más paz, y a conectar desde el corazón, y no solo desde la mente.

-¿Cómo desearía vivir su carrera profesional como musicoterapeuta? -Me gustaría seguir trabajando con niños, con o sin patología diagnosticada, sin descartar otros ámbitos como paliativos. En mis prácticas del máster he visto cambios impresionantes en niños con autismo que empiezan a relacionarse más y mejor con su entorno; o niños con TDH que se duermen en la sesión. Y veo los cambios en la expresión de la cara y en el estado de ánimo de mi abuela, que tiene demencia.