La colección de Cels Llorens Munné (Capellades, 1936) supera las 400 piezas. Y todo comenzó por una desilusión en la niñez.
- Mi padre, que era zapatero, murió cuando yo tenía 14 años por una infección, porque entonces no había penicilina. Y yo, que estudiaba en los Escolapios de Igualada, tuve que plegar porque no había pempis.
- ¿Y las radios? ¿Cómo empezó el afán? Me obsesionaban, y en las casas no había. En el horno del pueblo me dejaban escuchar el fútbol mientras amasaban el pan.
- Bonita escena. Me acuerdo de que estaban disputando la Copa Mundial en Brasil y me dejaban bajar para seguir los partidos. Jugaban Ramallets y toda aquella colla... Ya no queda ninguno.
- ¡Ramallets, el gato de Maracaná! Pues resulta que al lado de la panadería había una tienda de radios y, siempre que iba por el pan, me quedaba pegado a los cristales. Un buen día, el dueño salió.
- Bronca al canto. "Ya estoy harto de que me ensucies el escaparate -me dijo-. Toma, llévate esta radio y que tu madre me pague 50 pesetas cada mes". La coloqué en el comedor ilusionado.
- Hasta que su madre la vio. No podía pagarla. Era mucho dinero, pero yo entonces no sabía calibrarlo. Fui a devolverla y el hombre me dijo: "Ya vendrás a comprarla cuando tengas dinero, pero no quiero que me ensucies los vidrios".
- Los sueños infantiles, ay. Se me quedó muy dentro aquella radio que tuve que devolver. Gracias a Dios, trabajando mucho pude hacer la colección.
- Lleva más de 50 años atesorándola. Muchos vecinos comenzaron a comprarse el televisor en los años 60 y, como sabían de mi dèria, me traían las radios viejas. Pero la mayoría son compradas.
- ¿Y su esposa qué dice? Tuve la gran suerte de que, al final, a Maria Rosa le gustara; fue ella quien inventarió la colección. Hemos hecho varias exposiciones, y tengo muchas anécdotas.
- Cuente alguna, por favor. Una vez, se me acercó un señor y me aseguró que uno de los aparatos expuestos era suyo: "En el tiempo de los rojos - me dijo-, me obligaron a llevarlo al Ayuntamiento, y es este". Pero tanto si lo era como si no, yo lo había comprado en el mercado.
- Ya. Me han pasado muchas cosas. Un día estaba trabajando en la fábrica y la secretaria me avisó de que un señor preguntaba por mí. Decía venir de parte de Luis del Olmo.
- ¡Otro gran coleccionista de radios! Quería que, de parte del locutor, le diera dos aparatos. No me fié; era un impostor.
- ¿No las vendería? No. Tendría que consultarlo con mis hijos. El día que yo falte, me gustaría que hicieran un pequeño museo en el pueblo.
- De las 400 radios, ¿funciona alguna? Cada vez menos. Se van requemando los cables y cuesta mucho encontrar recambios. Además, son de 125. A veces me llegaban podridas de haber estado en el celler.
- ¿Las más antigua? Una Philips de 1927, bastante fea porque parece una caja de muertos. A veces, me las piden para obras de teatro y rodajes. También colecciono otras cosas, eh, porque trabajé toda la vida en la fábrica Smoking.
- La del papel de fumar. Exacto. Guardo un ejemplar de cada librillo que fabricábamos y la colección llega al millar. Algunos tienen un siglo.