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El confinamiento no solo ha desperezado a las aves urbanas: muchos han reparado por primera vez en ellas

Un par de ejemplares de aratinga mitrada en un árbol de la calle de Wellington de Barcelona. / ERNEST ALÓS

El confinamiento encerró tras las ventanas de sus casas a un colectivo, el ornitológico, que no lleva muy bien lo de estar entre rejas. Los voluntarios no pudieron participar en los censos de aves y anillamientos programados, pero surgieron iniciativas paliativas, como o el canal OxigeNats en Youtube, o reivindicativas, como el apoyo al manifiesto de los entomólogos para reclamar la conservación de los fecundos herbazales que han crecido en márgenes, alcorques y parterres. Pero lo más ha sido el seguimiento de Ocells als Jardins, el llamamiento del Institut Català d’Ornitologia para registrar avistamientos desde el balcón o el jardín de casa. Esta iniciativa de ciencia ciudadana llegó a algunas conclusiones curiosas: en cuanto el ruido de la ciudad poniéndose en marcha por la mañana desapareció, las aves recuperaron sus horarios naturales, y fue más fácil oírlas cantar y buscar alimento en las horas más tempranas del día.

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