Seis meses y dos días después, los niños y las niñas vuelven al lugar del que ahora se sabe que jamás deberían haberse marchado. O como mínimo, no tan pronto. Este lunes, el grueso de estudiantes catalanes regresan a la clase de la que la no pudieron llevarse ni tan siquiera la bata sucia. Hay desconfianza, entre otras cosas, porque los padres consideran que en el último medio año han tenido siempre a su alcance las riendas familiares de la pandemia. Yo controlo. Y quizás sí entre las paredes del hogar. Pero no en la playa, ni en la terraza del bar, ni en el parque, ni en la plaza. Aunque daba igual, el contacto visual bastaba para mantener cierta calma. Perderlos de vista es lo que marcará la diferencia. Para muchos será un alivio, para otros tantos, una tortura. Para los profesores, amén de lo que se les viene encima, la oportunidad de que, de una vez por todas, la sociedad ponga en valor su papel de formadores. Y de protectores, porque cada escuela tiene su plan, adaptado a las características del centro y a los alumnos, y aprobado por las autoridades sanitarias. ¿Qué puede salir mal? Un montón de cosas. Pero otras muchas pueden salir bien.
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Una vuelta al cole entre la ilusión y el miedo a lo imprevisible
La escuela vuelve a abrir con la duda de si los grupos burbuja aguantarán los envites de la pandemia
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Escuelas post COVID-19: ¿Cómo será el regreso a las aulas? /
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