FOMENTO DE LA CULTURA CIENTÍFICA

Las ciencias piden paso en la nueva revolución educativa

Los expertos critican que los profesores aún se ciñen demasiado al libro de texto y a la memorización para explicar las materias

El aprendizaje temprano no solo despierta vocaciones, sino que también enseña al niño a ser paciente y a gestionar la incertidumbre

Alumnos del colegio público Sant Martí, en Barcelona, muestran un cohete hecho por ellos, en una actividad realizada el 2012. / JOAN CORTADELLAS

El patio del colegio se ha convertido en toda una estación de lanzamiento, un Cabo Cañaveral a pequeña escala. El cohete espacial es, esta vez, una botella de plástico con solo la mitad de agua, y el propulsor, en realidad, es una mancha de bicicleta, con la que se inyecta aire a la botella, hasta que esta sale disparada y logra volar a más de 10 metros de altura. Igual que en los centros de control de la NASA en Houston, aquí, en el patio del colegio público Sant Martí de Barcelona, estalla una ovación mayúscula. Los chavales aúllan de alegría y se abrazan entre sí. “¡Lo hemos conseguido!”, se felicitan. 

La experiencia, recogida en mayo del 2012 por este diario, había empezado a principios de curso, cuando los estudiantes de P4 del Sant Martí, a cargo de la maestra Esther Manchón, habían decidido por votación popular que la clase iba a ser ese año la de los Cohetes. Durante todo aquel curso, los alumnos trabajaron sobre los planetas y el universo, diseñaron sus propios artefactos con papel maché y hasta entrevistaron, por videoconferencia, a Serguei Odintsov, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC y reconocido por la revista 'Forbes' como uno de los 10 científicos rusos más influyentes. Todo eso, con solo cuatro años.

Nunca es demasiado temprano para empezar con la ciencia. “La primera condición para aprender ciencias es hacerse preguntas. Si empezamos a estimular la curiosidad del niño desde muy pequeño, si dejamos que sea él mismo quien experimente y averigüe cómo es el mundo a su alrededor, estamos ya sentando la base”, explica Neus Santmartí, profesora emérita de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y una de las investigadoras de referencia en España en el área de Didáctica de las Ciencias.  

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Colaboran los centros ICN2 (nanotecnología), CRG (regulación genómica), Ibec (bioingeniería), IRB Barcelona (biomedicina), ICIQ (química), IBE (Biología Evolutiva), Icfo (fotónica) La Salle Campus-URL, Synthetic and Cognitive Systems de la UPF y el Departamento de Bioquímica de la UB. El BIYSC se añade a otros dos programas de formento de la ciencia impulsados por Catalunya-La Pedrera: Jóvenes y Ciencia, cuya primera convocatoria fue en el 2008, y Bojos per la Ciència, desde el 2013. -- A. MADRIDEJOS

“Cuanto antes empiecen a experimentar, a aplicar el método científico de ensayo y error, mejor. Está comprobado que si de pequeños han aprendido a imaginar cómo son algunas cosas que no pueden ver, luego, de mayores, tienen más capacidad de abstracción, entienden mejor los lenguajes abstractos”, agrega Iván Marchán, profesor de Didáctica de las Matemáticas y de las Ciencias Experimentales en la Universitat de Barcelona (UB).

Las ciencias desarrollan, además, aspectos del carácter de un niño que cada vez son más escasos. O que no están de moda, pero que no por ello deberían descuidarse. “Un menor al que le gusta observar y experimentar, aprende a ser paciente, porque tiene que esperar a ver qué pasa con su observación o con su experimento. Aprende también a gestionar la incertidumbre, porque no sabe qué pasará hasta que pasa”, destaca Santmartí. Aprenden, en definitiva, a equivocarse, a sobrellevar la frustración y a rectificar el error.

¿CÓMO LO HACEN LAS ESCUELAS?

¿Cómo se puede estimular eso? ¿Qué han de hacer las escuelas para despertar vocaciones científicas? Para empezar, “han de dejar que el niño toque, que manipule objetos, que salga al campo, que se haga preguntas y permitir que sea el propio niño el que busque la respuesta, el que anticipe una hipótesis”, indica la profesora emérita de la UAB. 

El problema, lamenta, es que aún hoy, “existe una mayoría de profesores, tanto de primaria como de secundaria, que siguen trabajando en clase las ciencias sin salirse de lo que marca el libro de texto”, señala la investigadora, que apunta a dos posibles causas. La primera, “la inseguridad que tiene el docente ante las preguntas que le puede formular el alumno o el resultado que puede dar un experimento”, subraya Santmartí, que recuerda, por ejemplo, que son pocos los alumnos de Magisterio que llegan a la carrera desde el bachillerato científico. La segunda, prosigue, “que los profesores reproducen lo que les enseñaron a ellos, sobre todo en secundaria”.

“Para enseñar las ciencias a un alumno hay que saber mucho de ciencias, hay que saber mucho de didáctica, pero hay que saber también mucho del alumno, de cómo motivarlo y cómo captar su atención”, añade el profesor Marchán de la UB. Y, desafortunadamente, hoy “se siguen dando todavía las clases, salvo honrosas excepciones, de manera reproductiva, por memorización, sin que el profesor se dé cuenta de que ese sistema no funciona, pero que tampoco funcionaba años atrás, como demuestran las escasas vocaciones científicas que ha habido históricamente en España”, observa.

Cierto es que algo está cambiando. Dieciséis años después de que la OCDE empezara a evaluar las habilidades científicas de los estudiantes de 15 años (a través del informe PISA), “este año, por primera vez, las pruebas de competencias de cuarto de ESO de la Generalitat han evaluado también las competencias científicas y eso, a medio plazo, va a implicar, como ha ocurrido en las matemáticas y con las lenguas, cambios en la manera de enseñar las ciencias”, vaticina Marchán.