movilización del 8M
Más que una huelga
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El 8 de marzo de este 2018 marcará un punto de inflexión en la vida de los ciudadanos. Por primera vez, el Día de la Mujer ha adquirido un tono reivindicativo desconocido hasta ahora, aunando en la misma jornada las reclamaciones de organizaciones feministas, sindicales y cívicas que se funden en una lucha trasversal, que abarca desde el #Meetoo a las 'kellys' (limpiadoras de hotel), para que a estas alturas del siglo XXI la igualdad, que todo el mundo reconoce verbalmente, sea real y efectiva en leyes y comportamientos sociales.
El cambio radical de esta jornada es la convocatoria de una huelga de carácter internacional. Se aglutina bajo el paraguas del paro una idea que ha rondado al movimiento feminista desde hace años pero que no ha contado con la cobertura sindical adecuada, como en esta ocasión. Se trata de visibilizar cómo es una sociedad cuando las mujeres no trabajan no solo en sus profesiones, sino cuando no realizan las habituales tareas domésticas, cuando dejan de atender a los mayores dependientes de la familia o cuando dejan de consumir. El eje de la convocatoria no deja lugar a equívocos: "Si nosotras paramos, se para el mundo".
Solo en Islandia, en 1975, se hizo visible esta idea. El 24 de octubre de hace 43 años, las islandesas mantuvieron una huelga de brazos caídos en sus empleos, en el cuidado de los hijos y las tareas domésticas. El año pasado se intentó, pero el movimiento feminista no logró aliados suficientes para que su mensaje se extendiera mayoritariamente por la sociedad.
Avance insuficiente
En la década de los setenta el Día Internacional de la Mujer Trabajadora perdió esta última palabra ante una doble realidad: por una parte, las mujeres habían logrado una masiva incorporación al mundo laboral y a la educación en igualdad de condiciones y por otra, se mantenía una discriminación legal y social bajo la óptica de un patriarcado casi monolítico. Hoy, la educación y el trabajo se han generalizado aún más entre las féminas, pero han aparecido nuevas formas de discriminación o nuevas versiones de las de siempre.
Ahí están la precariedad laboral y la brecha salarial, que a la larga tendrán consecuencias perniciosas en la pensión de las futuras jubiladas; las dificultades para la conciliación entre la actividad profesional y la doméstica, sin que las empresas y los gobiernos tomen medidas para facilitar la vida a las mujeres; España no ha ratificado el Convenio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para dignificar la actividad de las empleadas del hogar; se mantienen la desvalorización social de los sectores más feminizados y se utiliza la mayor presencia de las mujeres para rebajar salarios; la poca implantación de planes de igualdad en las empresas; las barreras a la promoción interna de las mujeres en las empresas con la consiguiente escasa presencia en sus órganos directivos y una nula óptica de género en las relaciones profesionales; la feminización de la pobreza; el aumento de comportamiento sexistas, la escasa visibilidad y aceptación de las mujeres lesbianas frente a la creciente normalización de la presencia de los homosexuales; y el incremento del acoso y la violencia machista que está dejando más víctimas de las que causó el terrorismo.
Las cifras de estos enunciados distan mucho de mostrar una sociedad avanzada con alto nivel de desarrollo cultural y tecnológico.
Castigo laboral
En España, las mujeres trabajan 1,1 hora más al día que los hombres y este tiempo no está remunerado; hay más de dos millones de mujeres en paro y solo la mitad cobra algún tipo de prestación (el 62% es asistencial y sólo el 32% tiene carácter contributivo); la desigualdad retributiva hace que por el mismo trabajo las mujeres hayan cobrado el año pasado 6.000 euros menos; el 74% de los asalariados a tiempo parcial son mujeres (tres de cada cuatro) y el 30,3% de los contratos temporales firmados por mujeres tienen una duración que no supera los siete días; nueve de cada 10 permisos por cuidados de familiares son tomados por mujeres ante el déficit de servicios públicos.
Por si fuera poco, el año pasado 49 mujeres murieron asesinadas por violencia de género y las denuncias se acercaron a las 126.000.
En alguna de estas situaciones se ha encontrado alguna de las 23,7 millones de mujeres que viven en España a lo largo de su vida personal y profesional. Muchas son las que padecen varios de estos problemas durante toda su existencia. Pese a ello, las mujeres son mayoría, superan en casi 830.000 a los hombres en España. Y en todo el planeta hay 50 millones más de hombres que de mujeres en una población total de 7.350 millones de habitantes.
Este 8 de marzo la mitad de la ciudadanía se ha unido con la voluntad de hacerse oír y de no retroceder.
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