El colapso de Lehman Brothers no fue la causa de la crisis financiera que estuvo a punto de tirar al sistema capitalista por el desagüe y a medio planeta con él.
Pero sí fue la campanada que suena en las tabernas inglesas para anunciar la última ronda. La fiesta se había acabado y con ella la borrachera de reguladores, banqueros e inversores, una trompa monumental de dinero fácil y en billetes de 500 bajo la premisa de que la burbuja inmobiliaria duraría eternamente y, llegado el caso, la mano invisible de los mercados repararía los desajustes como agua bendita.
Pero los milagros solo existen en el corazón de los creyentes. Y lo que vino después no tuvo nada de milagroso.
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