Los casos de 'El Caso'

Esta es la historia del semanario de sucesos que marcó toda una época

El sobrino del periodista Enrique Rubio, redactor jefe de la publicación, rememora algunos crímenes que conmocionaron España

Enrique Rubio (izquierda), con su ’Sardineta, un Fiat 500. / J. VIDAURRE

Eugenio Suárez falleció horas antes de despedir el 2014, a los 95 años. Fue un periodista, empresario y escritor que fundó más de una decena de publicaciones de variado contenido a lo largo de su dilatada vida, aunque ha pasado a la posteridad por haber creado un clásico en tiempos del franquismo, 'El Caso', el mítico semanario de sucesos. Ese diario “feo y de porteras”. La Biblia de los sucesos que, muchos años después, ha dado pie a una ficción televisiva en TVE, 'El Caso', a partir del empeño personal del actor Fernando Guillén Cuervo.

El semanario apareció el 11 de mayo de 1952, con una tirada incial de 11.500 ejemplares –dos años después serían 200.000– y un precio de dos pesetas. “El primer número pudo ver la luz porque convencí a una firma de relojes suizos para que anticipara la publicidad de un año”, me contó Eugenio Suárez en Avilés (Asturias). Junto con su buen amigo José María de Vega, que fue redactor-jefe en Madrid, y Enrique Rubio, mi tío, que lo fue en Catalunya, Aragón y Baleares, iniciaron una andadura por los casos más truculentos de la sociedad española durante varias décadas. Escribieron con seudónimos para poder cubrir las 12 páginas de los primeros números –luego serían más–. Enrique Rubio fue también Jaime Estévez, Carlos Ortiz, Javier Peña y Don Quijote de La Rambla, entre otros. Les ayudó puntualmente el periodista José Quílez Vicente y el testimonio gráfico lo recogieron los fotógrafos Isidro Cortina y Manuel de Mora, junto con el ilustrador José (Josechu) Pinedo.

400.000 EJEMPLARES

‘El caso’ fue un éxito de ventas desde el primer momento, aunque muchas personas lo compraban a escondidas y lo doblaban dentro del diario ABC o se lo encargaban al servicio doméstico, “porque no estaba bien visto”. Pocos saben que el dictador Francisco Franco fue un ávido lector. Que para escritores como Juan Goytisolo el semanario fue “una fuente de información fidedigna sobre la evolución social y cultural de los españoles”. O que Camilo José Cela llegó incluso a publicar un reportaje en un especial de 'El Caso'.

Para cubrir las crónicas, Suárez y Rubio pactaron comprar una pequeña furgoneta, marca Fiat modelo 500, apodada Sardineta, que costó 70.000 pesetas y financió 'El Caso' descontando las mensualidades al redactor hasta saldar la deuda. Por su parte, Eugenio Suárez, gracias a los más de 400.000 ejemplares vendidos de la edición especial sobre los crímenes de Jarabo en 1958, una cifra a la que no había llegado ninguna publicación de la prensa española hasta entonces (como agradecimiento le envió al asesino una caja de puros a la cárcel), compró un Morris Minor americano que compartió con la policía. Y es que la Brigada de Investigación Criminal no tenía más parque móvil que un pequeño vehículo que servía para el reparto nocturno de los policías que finalizaban el turno.

"¡NO ME APUNTÉIS A LA CABEZA, JODER!"

Eugenio Suárez rememoraba con cariño las persecuciones por Madrid en plena noche, en las que él era el chófer y el inspector Sebastián Fernández Rivas, el copiloto. En los asientos traseros, empuñando sus ametralladoras Máuser, dos policías nerviosos andaban a la captura de algún delincuente, para preocupación de Suárez, que en los vaivenes de la ruta les gritaba: “¡No me apuntéis a la cabeza, joder!”. Así se cubrían los casos. Pisando barro. Husmeando. Haciendo un periodismo de trinchera que fue todo un referente y que acabaría por crear escuela. 

Mi tío, Enrique Rubio, que falleció el 9 de diciembre del 2005, me contaba orgulloso que llegó a forrarse los bolsillos de la gabardina con hule para poder llevar una pata de pollo o algo de comida allá donde estuviera. Las jornadas en la calle o en la redacción de 'El Caso' solían extenderse hasta bien entrada la madrugada: humo y alcohol amenizando el repicar de una antigua máquina de escribir Underwood. La familia en el trabajo y el sempiterno lema de: ir, ver, oír y contar. Apasionados por contar historias impactantes, a pesar de la censura y de la falta de medios.

MARGARITA LANDI SONABA MÁS NOVELESCO

En un principio, la zona que ella debía cubrir era Madrid y alrededores; pero los alrededores dejaban de serlo cuando se trataba de ir tras un notición. Enrique Rubio tampoco entendía bien de lindes y ambos se acercaron peligrosamente. Surgieron celos y mentiras. Llegaron a despistarse dándose falsa información con tal de poder acudir el uno sin el otro. Era una guerra informativa. Y valía todo.

Margarita Landi, siempre con su inseparable pipa y un revólver, tuvo una excelente relación con la policía, que la apodó “el inspector Pedrito”, disimulando así su presencia en el lugar de los hechos. La “rubia del deportivo” supo meterse a todos en el bolsillo, obteniendo de familiares y testigos fotos y confesiones. Rubio empleó otros métodos. Contaba chistes a los polis y les hacía caricaturas –mi tío dibujaba muy bien–. También solía ascenderles de rango con fingida inocencia, de cabo a sargento y de teniente a capitán. La información requería agudizar el ingenio.

LA CENSURA CONTROLADA

Los archivos del semanario se nutrían diariamente con fotografías y documentación enviada por los propios lectores o conseguida por los reporteros. El archivo estaba repleto de miles de fotos de toda índole: accidentes, crímenes, sucesos, desaparecidos, fichas policiales… Todas pasaban obligatoriamente por un censor franquista y otro eclesiástico que solicitó el mismo Suárez. “Era para adelantar trabajo y tener al enemigo controlado en casa”, confesó.

Por orden de las autoridades, los crímenes publicados se limitaron a uno por número y semana, aunque en la redacción pronto supieron cómo darle la vuelta a la prohibición, realizando ediciones especiales y monográficos. Los archivos de 'El Caso' llegaron a ser tan efectivos y estár toda la información tan bien ordenada que la policía solía llamar por teléfono a la redacción pidiendo ayuda:

–¡Oye! ¿Cómo se llamaba aquél que destripó a una mujer con un destornillador?

–¿El Monchito?

–Ese no… El que se zumbó tres coñacs antes de subir a casa y lo pregonó por el bar.

–Ah, el mecánico… Fermín Hernández González, alias el bujías.

–No tendréis alguna foto por ahí de él, ¿no?

–¡Claro! Tenemos todas las de su casa y las que nos pasó su hermana…

—Vale. Estupendo. El comisario Viqueira pasará a cotejarlas.

Muchas veces era la propia pasma la que proporcionaba material para publicar. Sabían que allí estaba a buen recaudo.

EL FINAL DE UNA ÉPOCA

Con la llegada de la transición, nacieron otros semanarios con otras temáticas e imágenes más agradables, como 'Cambio 16' o 'Interviú'. Y surgió, sobre todo, la feroz competencia televisiva. 'El Caso' sabía a rancio. No era moderno. El morbo se decantó hacia el destape y las tramas políticas. Aun así, el semanario continuó. Ya no en manos de Suárez, que debido a problemas económicos y familiares lo tuvo que traspasar, sino de Joaquín Abad, que intentó sin éxito reconducir la publicación hasta su muerte definitiva, en 1997.

La historia de El Caso la supo plasmar, con magistral tino, Francisco Umbral: “Era una manera de dar la España real contra la España oficial de la dictadura. Los sucesos fueron una tercera vía para dar la verdad del país (como el Pascual Duarte de Cela, en muy diferente y altísimo nivel literario). Franco permitió' El Caso' porque pensaba que la gente, distraída con el crimen de la portera, la gata con alas o el hongo milagroso, se iba a despolitizar, como así fue”.

SIN PISTAS DEL ARCHIVO

Tras casi 20 años desde su cierre definitivo, no hay pista del archivo de 'El Caso', que contaba con más de un millón de fotografías. Su último paradero fue la redacción de 'La Voz de Almería', diario liquidado en 1997 acuciado por las pérdidas. Nadie sabe dónde han ido a parar las fotos. ¿Se habrán vendido al peso? ¿Las habrán tirado a la basura? ¿Aparecerán dentro de unos años abandonadas en alguna casa? Un auténtico misterio que ni el mismo Eugenio Suárez pudo desvelar, aunque estaba convencido de su desaparición. “De lo contrario, con la crisis, ya habrían aparecido por algún sitio”.

Josefina Vilaseca, la Maria Goretti catalana. 4 de diciembre de 1952

Fue uno de los crímenes más mediáticos de la década de los 50. Y el primer éxito sonado de El Caso. La niña Josefina Vilaseca, de 12 años, falleció el día de Navidad de 1952, tras 21 días de agonía, víctima de una violación con apuñalamiento cometida por José Garriga Junyent, un mozo de labranza de la masía Sala Vernada, en Horta d’Avinyó (Barcelona). La niña fue apodada la María Goretti catalana, en referencia a la niña mártir beatificada en Italia. Incluso se reclamó un proceso de beatificación que está en proceso, impulsado por el obispado de Vic. En la imagen, el redactor de El Caso Enrique Rubio entrevista al homicida en la cárcel de Manresa, en 1952.

El caso 'Jarabo'. 21 de julio de 1958

Fue el gran éxito de ventas de 'El Caso'. José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo y Pérez Morris, un jabato de más de cien kilos, sobrino del presidente del Tribunal Supremo, de familia bien, exalumno del colegio del Pilar, galán, bebedor y amigo de cerrar locales y líos de faldas, perdió los nervios la noche en que se llevó por delante a cuatro personas: dos hombres y dos mujeres. A tiro limpio. Tras intentar recuperar el anillo empeñado de su ligue veraniego, una rica inglesa llamada Beryl Martin Jones, los dos socios de la casa de empeño Jusfer impidieron a Jarabo desempeñar la joya. Molesto por el desaire, Jarabo acudió al domicilio de uno de ellos y, tras descerrajarle un tiro en la nuca, mató a la esposa y a la criada, testigos del crimen. Pasó la noche bebiendo y esperó hasta que el otro socio abrió la tienda, donde acabó también con su vida. El traje manchado de sangre que llevó a limpiar bajo pretexto de una pelea fue su perdición. Un inspector más listo de lo normal dedujo que el asesino, con toda seguridad, se habría manchado y avisó a todas las tintorerías de Madrid. 

'El crimen de los existencialistas'. 17 de noviembre de 1962