La vida sin cetro

Juan Carlos I no es el primero ni será el último rey en renunciar a la corona. En este siglo, otros cuatro monarcas europeos han abdicado en Europa. Y, en su propia dinastía, los Borbones, tiene ejemplos de que hay vida lejos del trono

Alberto II de Bélgica. / ERIC LALMAND / REUTERS

Al poco de abandonar la Moncloa, en 1996, derrotado el PSOE por el Partido Popular, quien había estado al frente del Gobierno durante 14 años, Felipe González, hizo una confesión que se ha convertido en la imagen perfecta de muchos relevos. El ya ex presidente dijo que se sentía "como un gran jarrón chino en un apartamento pequeño". El porqué de la metáfora porcelanosa no tenía desperdicio: "Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero estorban en todas partes".

Dos décadas más tarde, la comparación no solo no ha perdido vigencia –aunque hoy los ex presidentes, para encontrar acomodo, no tengan más que darle un par de vueltas a la puerta giratoria y/o embarcarse en giras de conferencias de a riñón la media hora–, sino que el enorme aumento de la esperanza de vida ha sumado nuevos candidatos a ocupar la vitrina o el trastero: a los jefes de Gobierno y presidentes de república se unen ahora también reyes y reinas, muchos de los cuales ya no mueren con la corona puesta, sino cedida a sus hijos para poder sufrir los achaques de la edad, o vivir las mieles de una jubilación regia, lejos de los focos.

En lo que llevamos de siglo, cuatro soberanos europeos han abandonado el trono de forma voluntaria, sin funerales ni revoluciones de por medio. Y cada uno de ellos ha afrontado como ha podido su nuevo estatus, ese en el que toca saber aceptar que ya no todo gira en torno a uno y que el descenso de las obligaciones lleva aparejado un descenso de los privilegios.

Beatriz de Holanda

La reina Beatriz de Holanda encabeza el ránking de quienes mejor lo llevan. Abdicó en enero de 2013 en favor de su hijo Guillermo Alejandro, a punto de cumplir 75 años y con 33 en el trono. La renuncia le supuso pasar de reina a princesa de los Países Bajos, lo que hizo que la asignación de 5 millones que tenía como jefa del Estado quedara reducida a 1,4. Vamos, que ha tenido que aprender a vivir con algo más de la cuarta parte de lo que ingresaba como reina, pero tampoco parece una labor titánica si tenemos en cuenta que la pensión pública básica en Holanda es de 1.400 euros mensuales, que se suelen complementar con planes privados, y que en España esa prestación se queda en algo más de 980 euros, según el último dato publicado por el Ministerio de Empleo y Seguridad Social.

Beatriz, viuda desde 2002, ha cedido al rey Guillermo y a su esposa Máxima el imponente palacio real de Huis ten Bosch (La Haya) y se ha trasladado al más modesto castillo de Drakensteyn, que compró en los años 50 y que había sido su hogar hasta 1981. Al parecer, fue ella misma la que acudió al registro civil de la localidad de Baarn, en Flandes, donde está el castillo, para empadronarse. Antes de desembarcar en Baarn, sin embargo, Beatriz pasó una temporada en Londres. Y no por placer, precisamente: en una clínica de la capital británica estaba ingresado su hijo mediano, el príncipe Friso, que permanecía en coma desde 2012 a causa de un accidente de esquí. Desligada de sus obligaciones de reina, Beatriz quiso ejercer de madre hasta el fallecimiento del príncipe, en agosto de 2013.

Aunque Drakensteyn es ahora su cuartel general, la hoy princesa de los Países Bajos no ha dejado de lado la actividad institucional, y acude con frecuencia a actos oficiales, sobre todo de carácter cultural. Su popularidad entre sus antaño súbditos es tan grande que incluso se ha diseñado una moneda de 2 euros en la que aparece junto a su hijo, para que su rostro no desaparezca de las monedas.

Alberto II de Bélgica

En el extremo opuesto, el de quienes peor lo llevan, se encuentra Alberto II de Bélgica. Quitarse la corona, en julio de 2013, para cedérsela a su hijo Felipe le ha traído unos cuantos dolores de cabeza. De entrada, económicos. Su asignación de 11,5 millones de euros se ha quedado en 923.000, algo más de 700.000 después de impuestos. Y así, claro, es imposible mantener su residencia actual, el castillo de Belvedere (en Bruselas), la decena de empleados que tiene a su servicio y el combustible de su yate. Con ese amargo lamento intentó que el Estado se hiciera cargo de parte de esos gastos (el gasóleo, por ejemplo, adujo, lo podría pagar Defensa, puesto que su yate está matriculado como vehículo militar), pero solo consiguió un no rotundo de los políticos y el abucheo del pueblo belga. Y, por si eso no fuera suficiente, la escultora Delphine Boël, hija de la baronesa Sybille de Selys-Longchamps, ha pedido que se someta a la prueba de ADN para demostrar que ella es el resultado de una relación de 10 años entre su madre y el monarca.

Ante ese panorama, es normal que Alberto no esté por la labor de prodigarse en actos oficiales y prefiera matar el tiempo junto a su mujer, Paola, en sus casas de París y Roma y en su villa de la Provenza. Eso sí, intentó lavar su imagen con una entrevista en la cadena RTL coincidiendo con su 80º cumpleaños, el pasado 6 de junio. Ni por esas: según el gabinete de comunicación de la Casa Real, Alberto se lo guisó y se lo comió sin contar con ellos, lo que hizo que la prensa belga llegara a afirmar que la entrevista era "una bofetada en el rostro de su hijo". Vamos, que a este paso la abdicación de Alberto puede dejar el escándalo que se formó tras la de Eduardo VIII en 1936 para casarse con Wallis Simpson (estadounidense, dos veces divorciada y con querencia por los nazis) en cotilleo de patio de vecinos.

Juan de Luxemburgo y Hans-Adam de Liechtenstein

Mucho más plácidas han sido las otras dos abdicaciones que ha habido este siglo en Europa: la de Juan de Luxemburgo y la de Hans-Adam de Liechtenstein. La primera, que llegó con el milenio, justo en el 2000, inauguró la racha de descensos voluntarios del trono. El Gran Duque Juan, a punto de cumplir 80 años, decidió que era el momento de ceder el poder a su hijo Enrique. La salud no le daba para cumplir las obligaciones de jefe de Estado, así que abandonó el palacio ducal y se retiró al castillo de Fischbach, donde sigue cultivando, a los 93 años, sus pasiones: el estudio de la historia, la música y la botánica.

Y si el Gran Duque tuvo un retiro monacal, el del príncipe Hans-Adam II de Liechtenstein puede calificarse de parcial: él sigue siendo el jefe de Estado, aunque en 2004, con solo 60 años, cedió todas las responsabilidades de gobierno (que en Luxemburgo son muchas: desde vetar leyes y nombrar jueces hasta disolver el Parlamento) a su hijo Alois. Así, él puede seguir viviendo en el palacio de Vaduz (cuando no está en alguno de los que tiene en Viena) y consagrar su tiempo a administrar y hacer crecer una fortuna personal, cimentada en sectores como la banca y el arte, que supera los 5.000 millones de euros.

Juan Carlos I

Con estos precedentes europeos, ¿cuál es la jubilación que espera a Juan Carlos I? La legislación española no prevé el tratamiento que recibirá ni tampoco el papel que le tocará desempeñar. En 39 años de democracia nadie ha querido abrir ese melón, así que ahora vienen las prisas, y toca trabajar en el decreto ley que regulará estas cuestiones.

Pese a ello, no es difícil aventurar a qué dedicará el tiempo libre: años y años de apariciones en el papel cuché (y en el menos glamuroso de los diarios) han revelado que Juan Carlos es un apasionado de la vela, la caza, los toros y el fútbol (es forofo del Real Madrid). Los problemas de salud lo alejaron de otra de sus grandes aficiones, el esquí, pero a cambio le han traído nuevos 'hobbies', menos conocidos, que cultivar una vez retirado: la fotografía y el vídeo. Y el pasado 5 de junio ya anunció qué le va a pedir a Felipe VI que delegue en él: la entrega de becas a los estudiantes, un acto con el que dijo disfrutar enormemente.

Estará Juan Carlos intentando recordar si en estos años ha sido benévolo y generoso con su hijo: los papeles se intercambian y ahora va a ser Felipe el encargado de conceder los permisos y asignar los sueldos. Aunque nadie en la familia tiene que temer por su plato de sopa: 'The New York Times' publicaba en 2012 que la fortuna personal del Monarca rondaba los 1.680 millones de euros, y la NBC aumentaba estos días la cifra hasta los 2.000. Tampoco tendrán que mudarse: Juan Carlos seguirá viviendo en la Zarzuela, aunque cederá el despacho a su hijo.

Le toca ahora a Juan Carlos lidiar con el dilema de la porcelana. Un reto nuevo para él, aunque no para su dinastía: es el quinto Borbón que abdica. Los que le precedieron vivieron con desigual fortuna y felicidad su retiro. Habrá que ver si su destino es la vitrina principal o el rincón más oscuro del ropero.

OTRAS ABDICACIONES CON HISTORIA

Alfonso XIII: altibajos en el exilio

Aunque en rigor Alfonso XIII abdicó en el infante Juan de Borbón, padre de Juan Carlos I, solo seis semanas antes de morir (en febrero de 1941), las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 en las que se impusieron las candidaturas republicanas forzaron al monarca a declarar ante el pueblo que había captado el mensaje y tomaba las de Villadiego. Empezaba así un exilio de 10 años, con París como primer destino y Roma como sepultura, en el que las decepciones por lo infructuoso de sus esfuerzos por recuperar el poder convivían con las desgracias personales que se sucedían. Cierto que sus primeros años fuera de España transcurrieron entre restaurantes caros, cacerías reales y viajes a lugares tan exóticos como la India, pero pronto llegaron el abandono de su esposa, la reina Victoria Eugenia; la muerte en accidente de circulación de su hijo Gonzalo en Austria, en 1934, y, cuatro años después y por el mismo motivo, la de su primogénito Alfonso, en Norteamérica. Además, no pudo disfrutar de la fortuna que había amasado en el trono, porque se quedó en España.

Felipe V, Isabel II y Amadeo I: del consuelo de Farinelli a la vuelta a la vida militar

El primer Borbón que colgó la corona fue Felipe V, aunque la suya fue una abdicación de ida y vuelta: apenas duró medio año, puesto que el sucesor, Luis I, murió de viruela a los siete meses de ser coronado. Felipe tuvo que volver a coger el cetro que había cedido en 1723 y aparcar su voluntad de consagrarse a Dios, el motivo que había esgrimido para abdicar y que casaba a la perfección con la tendencia a la apatía que había mostrado desde joven. Aunque algunos historiadores apuntan que no fue por falta de ambición, sino por exceso de ella, que renunció a la corona española: la que ansiaba en realidad era la francesa. En cualquier caso, recuperar el trono le supuso caer en profundas depresiones de las que solo lo sacaban las actuaciones en la corte del 'castrato' Farinelli.

Isabel II abdicó en su hijo, Alfonso XII, que solo tenía 13 años, en 1870, cuando ya llevaba dos años exiliada en Francia. La Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, la había obligado a abandonar España. Isabel, que se había sentado en el trono siendo niña, permaneció en él 35 años, y otros tantos en el exilio. Tras vivir episodios convulsos como La Comuna, murió en París en 1904.

La marcha de Isabel II propició la coronación de Amadeo de Saboya, duque de Aosta e hijo del rey de Italia y primer monarca de España elegido por el Parlamento, puesto que la Constitución de 1869 había hecho del país una monarquía parlamentaria. Ni por esas aguantó en el trono: en 1873, dos años después de su proclamación, fue invitado a irse. Y aceptó. Y hasta aliviado de volver a su antigua vida de militar.

Eduardo VII: malas compañías

Cuando el rey Jorge V de Inglaterra murió, en enero de 1936, su primogénito, Eduardo, fue coronado. Era soltero y no dudaba en aparecer junto a Wallis Simpson, una estadounidense con un divorcio a cuestas y otro en camino, a la que le unía una amistad más que entrañable. Ante la imposibilidad de compatibilizar esa relación con la corona y, sobre todo, con la jefatura de la Iglesia anglicana que asumía el rey, Eduardo VIII fue invitado a romper con Wallis. Su respuesta: abdicar y casarse con ella. El oprobio cayó sobre los Windsor, agravado por los guiños de ambos al nazismo.

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