El lunes disfruté viendo el Athletic-Girona, que estuvo bastante guapo. Casi al final del partido, con 3-2 en el marcador, el visitante Jhon Solís recogió un balón suelto en la frontal del área y chutó con fuerza hacia el marco. Bajo palos estaba el local Vivian, un defensa, porque el portero Unai Simón había salido a tapar el disparo previo a un costado. En ese instante crucial, fue sencillo ponerse en la piel del pobre Vivian: la pelota avanzaba a toda velocidad hacia su cabeza con decenas de miles de aficionados pendientes de su acción. El fútbol tiene su parte bonita, pero a veces no se puede escapar de la trampa. ¿Qué haría yo en su caso?, pensé. ¿Aguantar el impacto con la testa como un héroe valiente o escabullirme cobardemente deshonrando a mi familia para siempre? Podéis ir pensando la respuesta correcta mientras os cuento que Vivian despejó el balón a córner con su cabezón, como un campeón, y se ganó el abrazo de los compañeros, el respeto de los rivales y la admiración de los aficionados.
Barraca y tangana
El balonazo, por Enrique Ballester
Barraca y tangana de Enrique Ballester. /
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