Esta ciudad y este país sufren recurrentemente ataques de melancolía. La idealización del pasado forma parte de la genética de todos los nacionalismos, especialmente de los que no tienen un Estado a su servicio. También la épica revolucionaria tiende a guardar en la memoria algunos episodios sobrevalorados que acabaron en fracaso. Las calles de Barcelona atesoran huellas aún de la derrota de 1714 y de la Semana Trágica. Más difícil es encontrar recuerdos de los momentos estelares de esa misma historia, como pudieron ser la revolución industrial tardía del siglo XIX o la impresionante tarea de creación de infraestructuras públicas de la Mancomunitat. El último momento estelar de Barcelona y de Catalunya ha sido la celebración de los Juegos Olímpicos en el verano de 1992. Económicamente, políticamente, culturalmente y socialmente confluyeron en aquellos días lo mejor de esta ciudad y de este país: unas administraciones públicas con voluntad de modernización y de inclusión; un sector privado socialmente responsable; una ciudadanía implicada y empoderada a través de los voluntarios, y un compromiso colectivo por la excelencia.
JUEGO DE TRONOS
30 años de Barcelona 92: más orgullo que nostalgia
Portada del especial de los Juegos de Barcelona 92, cortada
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