Rendidos al número uno

La pelota no se separa de Leo

El mundo agota los calificativos y se rinde otra vez a la magia de la estrella del Barça, que vivió el día siguiente con toda normalidad

Marcador para la historia 8 El Camp Nou recogió los cinco goles de la estrella. / JORDI COTRINA

El balón fue, educada y lentamente, al encuentro de Messi. Mientras la estrella aguardaba a que la pelota llegara a sus manos, Toprak, un turco que milita en el Leverkusen, le perseguía por todo el campo. Quería la camiseta de Dios. Había terminado el partido, mientras el mundo se echaba, de nuevo, las manos a la cabeza, un joven humilde, 24 años, tres Balones de Oro consecutivos, esperaba que la pelota se deslizara sobre el césped hasta volver a su dueño. Al único dueño.

Después, ya con el balón en su mano, Messi desapareció. Abandonó el Camp Nou y nada más se supo de él desde entonces. El planeta no deja de hablar de Messi. Y él, entretanto, refugiado en su rutina. Llegó ayer, como siempre, de los últimos a la ciudad deportiva de Sant Joan Despí, cuchicheó con Mascherano y Pinto, sus colegas del vestuario, salió al campo de entrenamiento y se topó con Justin Tuck, una mole de deportista. Tipo inmenso (mide 1.96 m), inacabable (124 kg) que posee dos anillos de la Superbowl con los Giants de Nueva York.

La reverencia del gigante

Salió una pulga y el gigante se puso a hacerle una reverencia. Tuck, un exitoso jugador de fútbol americano, tuvo el privilegio de saludar a Messi en la ciudad deportiva del Barça. Si le hubieran preguntado después a Leo, tal vez ni supiera con quién habló. «Messi no habla demasiado, él solo habla en el campo», recordó ayer Xavi, incapaz de encontrar la palabra adecuada para resumir tanta magia que hasta parece infinita. «Se nos acaban los adjetivos con Leo, es único, incomparable, marca goles, da asistencias, participa en todas las jugadas de ataque... Es el mejor futbolista de la historia. No hay otro como él». En Barcelona, disfrutan, según Xavi, de «la maravilla Messi» y el mundo, tal y como hizo Tuck, no para de reverenciarlo.

Hay cinco Messis en uno. El Messi jugador que ha evolucionado de tal manera que no se le adivina límite alguno. «El trono le pertenece y será hasta que él quiera», profetizó Guardiola. El Messi que resiste todas las presiones porque, en realidad, no tiene ninguna. Solo vive para tener el balón. Ayer, sin ir más, lejos, Rodrigo, su hermano, le hizo una foto jugueteando con la pelota en los pasillos de la ciudad deportiva. «Como Messi no vi a nadie, debes estar preparado a ver cosas que no se han hecho nunca», contó Carlos Bianchi, extécnico del Boca Juniors, entre otros. Habita en ese diminuto cuerpo el Messi estrella, que convive con naturalidad con la presión enfrentado a leyendas intocables. «Estuvo el reinado de Di Stéfano, de Pelé, de Maradona, también de Cruyff. Este es el de Messi», sentenció Alejandro Sabella, el seleccionador argentino que estuvo el miércoles en el Camp Nou. Están el Messi jugador, el Messi estrella, el Messi persona (ni rastro se sabe de él lejos del balón, parece como si no existiera) y, además, el Messi niño. «Tiene la chispa y la espontaneidad del niño que soñaba en la calle jugar ante miles de personas», dijo admirado Eric Cantona, exestrella del United. Pero a ese niño el pasado (13 goles en los cuatro últimos partidos) no le vale de nada. Existe solo el Messi del futuro. «Compite contra sí mismo para demostrarse que quiere seguir siendo el mejor», gritó Guardiola.