Seis días a la semana se los pasaba Justo Gallego entre las paredes que levantó con sus propias manos para darles forma de catedral, pero los domingos las abandonaba para cruzar el pueblo hasta la única capilla en la zona que oficiaba misa. Al rato, volvía a su obra monumental a seguir con el trabajo. La absurdidad de la situación, entre lo grostesco y el pensamiento mágico, iluminó la obra de este sacerdote frustrado que un buen día de hace 60 años decidió utilizar unos terrenos vacíos de la familia para rendir su particular tributo a Dios por haberle curado de una tuberculosis, con un proyecto que entronca con el sentido más primitivo de las catedrales: usar el esfuerzo para trascender a lo que parece inalcanzable.
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La catedral de un solo hombre
El documental ‘Pan seco’ abre una ventana a la vida cotidiana de Justo Gallego, el hombre que levantó en un acto de fe durante 60 años un templo sin planos ni licencias
Justo Gallego, trabajando en la catedral /
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