EL PERIÓDICO EN CATALÁN CUMPLE 20 AÑOS
"¡No cambiéis de lengua cuando habléis con nosotros!"
Más allá del bilingüismo, las principales comunidades lingüísticas hablan de desafíos, prejuicios y convivencia en Catalunya
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Catalunya es oficialmente una comunidad bilingüe, término que en realidad queda desbordado, reventado, por la cantidad de lenguas que cada día se oyen hablar en la calle, la escuela y el trabajo. Así que abran paso a la marroquí Sumaya Benyahya, la rumana Loredana Barbu, la china Jiajia Wang Liu, el italiano Marcello Belotti y la paquistaní Komal Naz, que vienen dispuestos a brindarnos una inmersión de choque en la trastienda de las principales comunidades lingüísticas que conviven junto al catalán y el castellano. Un aviso: en la conversación afloran algunas miserias, muchas curiosidades y, sobre todo, la voluntad de pinchar burbujas culturales con charla y roce.
Marcello: En realidad, todo el mundo es plurilingüe. ¿Acaso hay alguna tierra en la que solo se hable una lengua o un dialecto? ¡Entre unas y otros, en Italia hablamos más de 100! Así que, cuando llegamos, tampoco es que nos extrañamos mucho.
Komal: De hecho, yo llegué de Pakistán con 12 años y tres lenguas: el urdu, el panyabí y el inglés. A las dos semanas, ya empecé el colegio y, al poco tiempo, el curso acabó y yo pasé al siguiente sin hablar una palabra de catalán ni castellano. Me dolía la cabeza. Me pasaba ocho horas en el instituto hablando o bien en inglés o haciendo ruidos y gestos. En mi país era la primera de la clase y aquí me sentía inútil. Cada día, al llegar a casa, tiraba la mochila al sofá y le decía a mi madre: «No quiero volver. ¡Hablan un idioma alien!». A los seis meses, empecé a entender bastante, pero me daba miedo hablar. Y ahora a menudo también, aunque me acabo tirando a la piscina.
Jia: Yo llegué de China con 8 años y, tras unos meses compartiendo aula con otros niños extranjeros, haciendo dos horas de catalán a la semana, pasé a las clases ordinarias sin entender el idioma. Tenía la suerte de que venía con muy buena base y, como en China, desde pequeños, nos enseñan a memorizar, empecé a retenerlo todo. Memorizaba lo que fuera. Los animales vertebrados. La conjugación de los verbos. A la media hora de acabar el examen, ya no me acordaba de nada. Los profesores flipaban. ¿Cómo puede ser que saques tan buenas notas y, cuando hablo contigo, no puedas seguir la conversación? Creo que no fue hasta dos años más tarde cuando ya pude comunicarme con mis compañeros de forma normal.
O sea, que vuestra inmersión en el catalán y el castellano fue un poco 'sálvase quién pueda'.
Jia: Al final, creo que depende más de tu voluntad, de tu esfuerzo y de las ganas que tienes de jugar y hablar con tus compañeros, que de la escuela. La ayuda, realmente, es muy puntual.
Komal: Además, la inmersión lingüística, a veces, acaba siendo una teoría. Durante mi escolarización, solo practicaba el catalán con la profesora de lengua y lo acabé hablando porque tenía que hacer exposiciones orales. Sin embargo, desde que hace dos años empecé a trabajar, me he motivado mucho. Tenía la teoría, pero poca práctica. A veces cuesta cogerla.
"Todo el mundo es plurilingüe. ¿En qué tierra solo se habla una lengua?», apunta el profesor y traductor Marcello Belotti
¿En qué sentido?
Komal: En mi entorno se habla castellano. Incluso en la universidad, mis amigas, que entre ellas conversaban en catalán, conmigo cambiaban de lengua. Y nunca nos habíamos cuestionado por qué.
Jia: A mí me pasa igual: con mis amigos, cuando hago el esfuerzo de empezar la conversación en catalán, fácilmente cambian al castellano. Y después me dicen: «¡ay, perdona!».
Marcello: Cuando eso me sucede a mí, insisto con el catalán. ¡No cambiéis de lengua! ¡Que parecemos el gato y el ratón! Yo suelo empezar con el catalán, pero me adapto a mi interlocutor y sin problema paso al castellano. Al fin y al cabo, las lenguas sirven para que nos comuniquemos, no para crear fronteras.
¿Percibís que hablar catalán os abre puertas?
Marcello: No tanto como eso, pero la gente lo agradece. Lo notas. En las tiendas. En la calle. En una cena entre amigos. Para aprender, a mí me ayudó mucho la edición catalana de este diario. Lo leía cada día en el metro con un lápiz en la mano y luego buscaba en casa las palabras que no me quedaban claras.
Sumaya: Pues yo llevo 15 años aquí y aún me cuesta vencer el miedo al ridículo. ¿Sabéis qué? Es de risa, pero acabo practicando con mi perro. «¿Per què fas això?» «¿Vols menjar?».
"Yo aprendí a escribir chino viendo la tele, antes todo estaba subtitulado», asegura la emprendedora Jiajia Wang Liu
Komal: A veces te vence la vegüenza. Y eso, por ejemplo, pasa mucho en la escuela donde hago mediación. Muchos profesores han interiorizado que a los paquistanís no les preocupa la educación de sus hijos por el hecho de que no acuden a las reuniones. Sin embargo, cuando he empezado a diagnosticar el problema, he detectado que, a menudo, el colegio solo dispone del teléfono de los padres, que suelen trabajar muchísimas horas y tienen poca disponibilidad. Cuando finalmente contacto con las madres, me explican que no se atreven a ir a las reuniones por miedo a no entender nada y hacer el ridículo. Así que, en lugar de llegar hasta la causa del problema, a menudo tendemos a etiquetar. Etiquetar siempre es más fácil.
¿Con qué prejuicios se topan?
Loredana: Cuando la gente se entera de que soy rumana, noto que, de alguna manera, ponen un límite, una barrera. Como si no se esperara nada bueno de nosotros.
Sumaya: En la escuela, me cuentan las madres, los niños de origen marroquí a veces acaban jugando entre ellos, se les deja de lado. «Los moros», llegan a llamarles.
Esto que cuentan es bastante feo.
Marcello: ¡Pero por desgracia pasa en todo el mundo! Los marroquís roban, los italianos somos todos mafiosos y los andaluces no trabajan. ¡Ya basta de racismo! ¡Punto!
Loredana: Exacto, pero también hay una parte buena, porque mi experiencia es que, con el roce y la lengua, los prejuicios van cayendo. Yo llegué hace un año y medio con cierta base de castellano: en mi casa, veían telenovelas sudamericanas y me quedé con muchos términos. Mariposa. Agua. Tomar el sol. ¡Me encanta esta frase! ¿Cómo se puede beber el sol? Ángel salvaje [se ríe], que era el título de una serie. Al poco, me fui dando cuenta del parecido entre el rumano y el catalán, y me enteré de que hay casi 3.000 palabras idénticas, y frases que se construyen de forma muy similar. Cuando lo conté en mi trabajo, la gente alucinó. De los prejuicios iniciales han pasado a hacer bromas –«¿así que sabemos hablar rumano?»– y a recibirme cada mañana dándome los buenos días en mi lengua: «buna dimineata».
"Tengo amigos que llegaron de pequeños de Pakistán y escriben urdu con alfabeto latino», explica Komal Naz
Sumaya: Pues de esas palabras que comentas, Loredana, igual 1.000 también son compartidas con el árabe. Un ejemplo: azúcar, sucre, en catalán y francés, y suker en árabe.
Marcello: Y zucchero en italiano.
Entiendo que cuidarán, de alguna manera, su lengua materna.
Jia: Cuando llegué, yo ya tenía la base del chino. Desde el primer curso de primaria, cada semana nos hacían un examen escrito de memorización de palabras, de símbolos, y aprendíamos la caligrafía con pincel. Eso me permitió seguir con la lengua. Además, en casa veíamos la televisión china, un canal de difusión muy importante. La generación de mis abuelos no iban al colegio y solo conocían su dialecto y un poco de chino oficial. A través de la televisión, el Gobierno pretendía que la gente aprendiera a leer, por lo que todas las noticias y las series estaban subtituladas. Así que, aunque no estudiáramos chino en el extranjero, mirábamos mucho la tele y aprendíamos. Hoy día ya no se hace.
Marcello: ¿Sabes escribir chino? Es complicadísimo.
Jia: Mejor con ordenador que escrito. Sé escribir casi todo, porque reconozco los caracteres de haber mirado tanta televisión. Mi vocabulario de lectura es mucho más rico que el de escritura, pero practico y aprendo de amigos chinos que han venido a estudiar un máster. Tienen un vocabulario riquísimo. Nosotros hablamos mucho con frases hechas, como con haikus. En el colegio te hacen aprender los poemas de los poetas clásicos y ejercitas mucho la memoria porque es una lengua muy mecánica, todo son jeroglíficos e imágenes. Aquí todo va de la A a la Z, pero en chino hay miles de dibujos, y si no te los aprendes, no sabes ni leer ni escribir.
¿Y cómo se cultiva el urdu y el árabe en la distancia?
Komal: Yo, la verdad, siento añoranza de no haber podido seguir estudiando urdu y me gustaría perfeccionarlo. Mi madre es profesora y a veces me ayuda con los trabajos de traducción y mediación. Me gusta mucho leer poesía, y también procuro mirar películas y series. ¿Pero sabéis qué sucede? Tengo una amiga que llegó hace poco de Pakistán para hacer un doctorado en la Universitat Autònoma de Barcelona y se ríe de mí porque dice que utilizo un registro muy culto. Vamos, como si aquí hablara el castellano cervantino.
"Con el roce y la lengua, lo cierto es que los prejuicios van cayendo", afirma Loredana Barbu
Sumaya: yo empecé a valorar más el árabe clásico desde que estoy aquí. Leo libros, novelas, consulto el diccionario, el Corán, donde siempre descubro palabras nuevas... La gramática es muy difícil. Es un idioma muy rico.
Komal: Tan rico que creo que hay más de 500 palabras para decir león.
Jia: ¿Queréis una curiosidad? Mi nombre se pronuncia jiá. Y hay 12 palabras con diferente escritura que suenan igual.
¿Como perciben que aquí se acoge su lengua materna? ¿Como una riqueza? ¿Como un estorbo?
Marcello: Yo me siento muy privilegiado. La cultura italiana aquí es muy querida.
Sumaya: Desde mi llegada, he notado un aumento del interés por el árabe. Incluso tengo amigos catalanes que lo estudian en la Escuela Oficial de Idiomas. La verdad es que, con el árabe clásico y el inglés, puedes ir por todo el mundo.
Jia: El chino también se ha puesto muy de moda. En este sentido, entiendo que lo atractivo es la combinación de los idiomas en los que puedes desenvolverte. Hablar catalán, castellano, chino e inglés te convierte en un perfil profesional interesante.
Komal: Yo, la verdad, nunca pensé que el urdu me iba a proporcionar trabajo y, sin embargo, me han venido a buscar gracias a él. En mediación, realmente, es difícil encontrar personas que hablen tan bien el urdu como el catalán y el castellano.
¿Y de qué manera creen que debería fomentarse y cuidarse el plurilingüismo?
Komal: En general, faltan recursos, aunque hay algunas iniciativas interesantes. En el distrito de Ciutat Vella, por ejemplo, se ha empezado un proyecto que consiste en que los padres aprendan catalán mientras los niños están con una profesora de urdu. Y me parece una muy buena idea que pone en valor la convivencia y la lengua. Yo estudié primaria en Pakistán, pero quienes nacen aquí muchas veces no estudian su lengua materna. Y, además, ocurre otra cosa: que empiezan a hablar muy tarde porque tienen muchos idiomas en la cabeza. A menudo vienen con dos de casa (como, en mi caso, el urdu y el panyabí). En la escuela se encuentran con otros dos. Y, junto con el inglés, ya son tres. O sea, que prácticamente nacen con cinco lenguas.
Marcello: Eso es como un entrenamiento constante para el cerebro, pero los primeros años pueden resultar un poco complicados, se crean muchas interferencias que luego van desapareciendo.
"Hay niños de origen marroquí que no entienden el árabe", explica Sumaya Benyahya
Komal: Sin embargo, ya que durante los primeros años somos como esponjas, se debería introducir la lectoescritura de la lengua materna. A veces, a amigos míos que llegaron de pequeños de Pakistán tengo que hacerles la transcripción del urdu al alfabeto latino. ¡Y escriben por WhatsApp con letras latinas! Mi hermana, que era más pequeña que yo cuando vinimos, lo único que sabe escribir es su nombre. Y eso es una lástima. Nosotros somos la primera generación, pero todos los que vendrán después, si no hacemos algo, perderán la lengua y, con ella, también una parte de nosotros mismos.
Sumaya: Algo parecido pasa con el árabe clásico, el estándar. Hay familias en las que los padres sí lo hablan porque lo estudiaron en la escuela, pero los niños, que nacieron aquí y hablan catalán y castellano, no entienden las noticias cuando viajan a los países de origen de sus familias. Incluso hay padres que tampoco ayudan a que sus hijos hablen el dialecto marroquí, la lengua familiar.
¿Por qué?
Sumaya: Supongo que consideran que no es necesario. Pero a veces parece que se avergüencen. Al fin y al cabo, las clases altas de Marruecos hablan en francés.
Komal: En Pakistán, en una sola frase, te pueden decir tres o cuatro palabras en inglés. La herencia colonial, supongo. Pero al margen de eso, creo que vamos en buena dirección. En las escuelas, por ejemplo, percibo un interés creciente por derribar estos muros para conocer y convivir con quienes están al otro lado.
Loredana: Con cada intercambio de este tipo, estamos todos un poco más cerca.
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