Sin la velocidad empleada por otros derechos civiles, pero sin pausa ni vuelta atrás, la eutanasia se va abriendo paso en el mundo. Los últimos países en incorporarse a la corta lista de estados –cinco en total– que permiten esta práctica han sido Canadá, que la despenalizó el pasado verano, y Colombia, que la autorizó a mediados del 2015.
En el campo del derecho a la muerte digna, la referencia sigue estando en Europa: Holanda fue el primer país del mundo que legalizó la eutanasia, en el 2002, pocos meses antes de que lo hiciera Bélgica. Luxemburgo la incorporó a su legislación en el 2009. Por su parte, el suicidio asistido está permitido en Suiza y cinco estados de Estados Unidos: Oregón, Washington, Montana, Vermont y California.
En los países donde lleva más años siendo legal, la eutanasia ha pasado a formar parte del paisaje jurídico y sanitario con cotidianidad. Desde su aprobación, en Bélgica han muerto casi 15.000 personas acogiéndose a esta fórmula. La tendencia ascendente se ha estabilizado en los últimos años: en el 2016 se autorizaron 2.025 peticiones de eutanasia en este país –una media de cinco al día–, una cifra que solo superaba en tres casos a la del año anterior. El coste para un belga por someterse a esta técnica es de 25 euros en concepto de material y otros 25 euros por la visita del médico.
En Holanda, el 3,9% de las defunciones que hubo en todo el país en el 2015 correspondieron a solicitantes de eutanasia, recurso al que se acogieron 5.516 ciudadanos (200 más que el año anterior). En este país, la novedad en el campo del derecho a la muerte digna tiene que ver con el marco jurídico: la ley del 2002 daba amparo, únicamente, a enfermos terminales o pacientes de dolencias dolorosas e incurables, pero actualmente el Gobierno liberal holandés se plantea hacer extensivo el permiso a personas de edad avanzada que expresen de manera voluntaria, reflexiva y persistente su deseo de morir, sin necesidad de que padezcan ninguna patología grave.