Anabel Pérez Pizarro se conmueve cuando ve que el auditorio se emociona con sus versos. “En una residencia para personas mayores en las que estuvimos recitando veías a la gente con los ojos vidriosos, impactada por cosas que has escrito tú. Se creó una atmósfera preciosa”, recuerda. Esas experiencias motivan a esta analista de laboratorio a mantener abierto las 24 horas su alambique emocional porque cualquier cosa le puede inspirar: “Una conversación de dos desconocidos, una canción o el paisaje urbano que me rodea”. “Si una idea me desvela a las dos y pico de la mañana, no puedo evitar ir a tomar nota porque sé que de ahí puede nacer un poema especial”, asegura.
Le fascina la obra de La Generación del 27 y de la argentina Alejandra Piznik, pero no sabe seguir ningún patrón, acostumbrada a que su verso fluya “libre”, sin corsés asonantes o consonantes. Tampoco hay guion preestablecido para su temática, en la que alguna vez ha dejado espacio para su infancia extremeña y para recordar llos columpios que su padre le construía en los campos de algarroberos y almendros de la Cornellà de hace medio siglo.
Junto a sus compañeros de la Asociación Poetas de Cornellà prevé hacer recitales de poesía a micro abierto, en plena calle, “para que la gente se anime a destapar su faceta poética”. Y preparan un libro de cuentos y versos para niños de 3 a 12 para el que pedirán ayuda municipal para divulgarlo en los centros de la ciudad.
Dice que la pasión por la poesía le ha venido poco a poco, de más mayor, pero que ya no va a poder desprenderse de ella. “Cuanto más escribes, más quieres; es mi gran adicción”, confiesa. Menos esperanzas alberga en tener unos mínimos ingresos con su afición, por lo difícil que está el panorama y porque se conoce y sabe que acabaría regalando la mitad. Para alivio simbólico de su economía doméstica, allá va una de sus estrofas:
Voz que susurra el silencio
jamás regresas a los besos,
¡qué difícil es traducirte
cuando los labios aprenden
de un corazón cansado!