FABRICACIÓN SINTÉTICA

Hacia la Ítaca química

Cuatro nuevos elementos acercan a los científicos a la codiciada 'isla de la estabilidad'

Completar la tabla periódica es una carrera de creatividad y orgullo personal y nacional

Cuando en el 2005 la comunidad científica decidió prescindir de la palabra ‘wolframio’ como sinónimo para el elemento tungsteno, diversos químicos españoles se indignaron. Wolframio era el nombre propuesto por los Elhúyar, los dos hermanos vascos que lo descubrieron en 1783. Tungsteno, en cambio, es una palabra de origen sueco, tal y como lo era otro científico que intervino en el hallazgo pero sin ser el descubridor. El hallazgo de nuevos elementos químicos ha convertido la tabla periódica en un campo de batalla en el cual la creatividad se despliega al lado del orgullo.

La anécdota viene a cuenta del reconocimiento oficial de cuatro nuevos elementos anunciado el 30 diciembre por las organizaciones científicas internacionales IUPAC y IUPAP, aunque la confirmación llega más de una década después de la síntesis del primero de ellos. Ambas organizaciones han aplicado un rigurosísimo protocolo para confirmar los descubrimientos y sus autores. No obstante, el equipo ruso-estadounidense que ha hallado tres de los elementos también reclama méritos sobre el cuarto, atribuido a un equipo japonés. Ahora, los descubridores tendrán el privilegio de bautizarlos.

Años de reacciones para una observación

Los laboratorios que han hallado los últimos elementos químicos, entre ellos el japonés RIKEN, el ruso Dubna y el estadounidense Lawrence Livermore, son algunos de los centros de física nuclear más punteros del mundo. El equipo ruso-americano tiene el récord del seis elementos 'fabricados'. La técnica consiste en bombardear átomos pesados con otros átomos pesados y esperar a que se fusionen, formando átomos aún más grandes. Pero como son muy inestables, no es fácil confirmarlos. El equipo del Riken, por ejemplo, generó de esa manera dos átomos de 113 protones en el 2003 y el 2004, pero tuvo que esperar hasta el 2012 para poder generar otro y ver su hallazgo confirmado definitivamente.

Los hallazgos forman parte de una carrera de siglo y medio para rellenar los huecos de la tabla periódica. En concreto, completan la séptima (y de momento última) línea del esquema de Mendeléyev. La tabla ordena los elementos químicos según las características de los átomos que los forman. La clasificación presentaba al principio unos huecos que se han ido rellenando: primero fue con elementos hallados en la naturaleza, y luego -después del uranio, elemento 92- con elementos fabricados en laboratorio. A partir de ese número, los átomos son tan grandes que se desintegran. Los recién llegados, el 113, 115, 117 y 118, son metales superpesados que no duran más que milésimas de segundo. 

Pero la búsqueda de nuevos elementos es algo más que rellenar huecos. Algunos materiales ignotos en los tiempos de Mendeléyev se han convertidos en imprescindibles, como el germanio de los transistores y el neodimio de los imanes. «Los cuatro nuevos elementos son tan inestables que es difícil tener un número suficiente de átomos para constituir un sólido o pensar en aplicaciones», observa Santiago Álvarez, catedrático de Química Inorgánica de la Universitat de Barcelona.

Sin embargo, el hallazgo nos acerca a la mítica «isla de la estabilidad» de la tabla periódica. «En los años 60, los físicos aventuraron que ciertas proporciones de protones y neutrones en el núcleo podrían generar átomos estables, incluso muy grandes», prosigue Álvarez. Estos materiales tendrían propiedades inimaginables. Los cuatro nuevos tienen proporciones cercanas a las previstas para la isla de la estabilidad.

Ante la apuesta en juego, la IUPAC y la IUPAP han extremado la cautela para atribuir los descubrimientos. «La tabla periódica es el campo con más polémicas de prioridad», explica José Ramón Bertomeu, director del Instituto López Piñero de Historia de la Medicina y de la Ciencia de la Universidad de Valencia. «El descubrimiento está asociado a menudo con el orgullo nacional. En los 80 había tres grupos de investigadores, de EEUU, Alemania y Rusia, que se enzarzaron en múltiples polémicas sobre el hallazgo de diversos elementos. Algunos de los situados entre el 100 y el 109 llegaron a tener tres nombres a la vez», explica. De hecho, en su nota sobre el hallazgo de los elementos 115, 117 y 118, el laboratorio Lawrence Livermore subraya: «Presentamos un artículo sobre el hallazgo del 113 […] al mismo tiempo que el grupo japonés».

Los nombres son otro asunto delicado. La IUPAC y la IUPAP expondrán las propuestas de los descubridores al escrutinio público. «Gracias a este proceso se decidió cambiar el símbolo del Copernicio de Cp a Cn, para evitar la confusión con un compuesto químico llamado Cp», explica Álvarez. «Los nombres reflejan la cultura», afirma Bertomeu. «En la segunda mitad del siglo XIX se aplicaron nombres como ‘galio’ o ‘germanio’, los llamados «elementos nacionalistas», insiste. El historiador tiene ganas de ver cómo reaccionarán los científicos a la propuesta de bautizar un elemento como ‘lemmio’, en honor del fallecido Lemmy Kilmister, líder del grupo Motörhead, de ‘heavy metal’, o metal pesado.