Los cocineros temen a los arroces, sobre todo, a los secos: requieren de una cierta pericia para evaporar, que suplen con un golpe de horno que ni Thor con el martillo. Los caldosos, en cambio, tienen en la sustancia acuosa un sistema de seguridad. Si el grano está reventado pero el fondo es bueno, la cazuela resulta aceptable en el sentir general. Los secos son transparentes. Cuando el torpe destroza la semilla, el sabor se dispersa. Son esos arroces insípidos aturdidos con innecesarios y excesivos ingredientes.
RUTA ARROCERA POR BARCELONA (1)
El arroz crujiente de Cruix
Miquel Pardo termina cada menú degustación con una paellita en la mesa
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