La mayoría de los comensales teme los interiores, y no me refiero a la decoración.
Probaba el otro día las vísceras del argentino Dante Liporace -no las suyas en plan Hannibal Lecter, sino las de una vaca- y una persona que comía delante dijo: "Prefiero no saber qué es".
Amiga, apunta sin miedo ni asco: sesos, tuétano, mollejas y chinchulines (intestino delgado; en la fotografía).
No son cortes innobles, según la visión capitalista de la nomenclatura de la carne, sino partes diferentes.
El solomillo se lleva el prestigio y el hígado, el desprecio. Solo una sociedad de hartos y frívolos se permite humillar la asadura.
Comprender el filete solo es posible si se ha comido con seso.