Los restaurantes de Pau Arenós

Casa Xica: Casa China

Marc Santamaria, Rakel Blasco y la cabeza de Esteban Puertas, a punto de irse. Foto: Ricard Cugat

Casa Xica se resume en el recipiente que contiene palillos, cucharas, tenedores y cuchillos.

Ese es el espíritu de la casa: la mezcla con sentido para que cada cual se acerque a los platos como prefiera.

Casa Xica –está en la calle França Xica– también podría llamarse Casa China porque sus dueños y chefs, Rakel Blasco y Marc Santamaria, vivieron y regentaron restaurantes en el país del 'comunicapitalismo'.

Los nombres de aquellos establecimientos supuraban nostalgia: La Pedrera y Barcelona at The Bund. Se conocieron en la escuela de hostelería, vivieron en Londres y recalaron en Shanghái como nómadas gastro y herederos de la 'cocina trolley'.

De regreso se asociaron con Esteban Puertas, a cargo de la despensa de vinos naturales, para abrir esta pequeñez con aspiraciones grandes. Esteban ha dejado la sociedad y se ha marchado a Costa Rica en busca de tortugas y experiencias.

“Nosotros mezclamos historias, productos, ideas de aquí y de allá. Y lo que resulta es algo nuevo”, resumía Rakel. Buena cocina, buenas manos y buenas vibraciones: la selección musical me pareció excelente. Escuché a Concha Buika y a Quantic: el popurrí también por los oídos.

Ostra del delta con infusión de jengibre: mejor cortada en dos mitades para evitar ahogamientos y toses (me pasó: cof cof).

El atún con crema de miso blanco: bien, aunque en el límite de sal. 

Tres platillos fueron dignos del emperador: la caballa curada con pan de especias (ñam), el bacalao negro con almejas y jugo de pollo y el cochinillo crujiente con pan chino.

Reservo unas líneas para el 'tartar' de buey con kimchi y piparras y para los fideos de soja verde, tobiko y vieiras.

Decir del primero que lo sirven con pan carasatu y que podrían afinar la presentación alternando capas de hojas crujientes y carne.

De sabor, excelente: buen juego de los picantes, del próximo y del lejano.

Respecto de los fideos, contar que no necesitaban la vieira (aunque era buena) y que enganchaban más que una madeja a un gato de YouTube.

Esteban metió el sacacorchos en varios vinos, con algún chasco: la supuesta acidez del Semplicement Bellotti no apareció. Entró bien el Purulio y dejaron buen recuerdo El Pino Rojo y, sobre todo, el Carriel dels Vilars. Tendrían que invertir en copas.

De postre: un 'cheese cake' (ya nadie lo llama pastel de queso) con vainilla y galleta. Salí rodando como un buda.

A diferencia de otras metrópolis, Barcelona tiene pocos restaurantes en los que lo asiático se entrelaza con lo local.

Los chinos, tailandeses y japoneses los llevan chinos, tailandeses y japoneses (bueno, esos también los llevan los chinos).

El cliente aventurero quiere escapar de las cartas previsibles y las ofertas repetidas.

La combinación de mundos es una posibilidad de sorpresa, o de decepción si en lugar del corazón y la cabeza se escuchan los latidos del márketing.

Atención: al tamaño del lugar y la necesidad de reserva.

Recomendable para: los que quieren conocer a dos chefs con cabeza.  

Que huyan: los de ‘botifarra amb seques’.