Los restaurantes de Pau Arenós

Plats: geococina en Rubí

[Este restaurante ha cerrado]

En el centro, Àngels Jorba con Jordi Solanas (barba), rodeados por el equipo. Foto: Carlos Montañés

Plats está en Rubí y ese destino incomoda a los gastrocentrípetos, pues la población está apartada del Eixample y de sus taxis negros y amarillos, aunque no lo suficiente para que el traslado se convierta en una excursión de paisaje y silbido y viento en el flequillo. 

Sin el glamur culinario de Sant Cugat, donde se olisquean algunos buenos restaurantes, del Matsu a La Piña de Plata, pasando por Qubud, Rubí defiende una cocina tímida, sin sobresaltos, así que la apertura de Plats en septiembre del 2008 fue más eléctrica que la llegada de los Ferrocarrils Catalans. La mejor manera de encontrar la céntrica calle de Llobateras es en tren. 

Jordi Solanas y Àngels Jorba son socios, son pareja, un ejemplo de esa alianza que une la cama y la mesa. Se conocieron en la escuela de hostelería, cuando estaba en la calle de Muntaner, y tras separarse como la yema y la clara volvieron a ser suflé en Irlanda. Jordi, que era camarero, se reinventó en chef, en un viaje de fuera a dentro.

Es más habitual el camino a la inversa. Y principalmente entre las cocineras, que se sacrifican por la pareja y abandonan el fuego por el agua y el vino y los clientes sonrosados. 

Haber sido camarero permite una coartada a Jordi: no se siente obligado por la tradición, sino que cocina a su gusto, y este es amplio, trotamundos, con soja y salsa hoisin. «He llegado a la cocina por la puerta de atrás. Tenemos curiosidad. El otro cocinero que está conmigo, Pau Barceló, es más de escuela. Él llega hasta donde yo no llego».

Quiere Jordi hablar del equipo al completo, de Mila Etanal, Arnau de Miró y Robin Khokhar. 

Plats ocupa una vivienda de la familia de Àngels, que es de Rubí, así, avisadora y conocedora de las dificultades de ser comprendida con una cocina avanzada. Y eso que se abrazan a lo gourmand, a lo apetitoso, al colágeno y los labios enganchados. Me agradó Plats, el ánimo, el nervio y el timbal de patata, ceps, rossinyols confitados y lletons (ah, cómo me seducen las mollejas y su morbidez). 

El arroz de pato y su juguillo era una gustosa marisma, cuac-cuac.

La lengua de ternera con texturas de castañas no tartamudeó.

El meloso de ternera al café con bizcocho de chocolate, acaso el plato más atrevido.

Falló el cannoli con crema de vainilla, gomoso.

Repuntaron con la espuma de coco, helado de limón y granizado de yuzu. 

Conciben la carta como una colección de tastets y se aconseja a los comensales elegir, al menos, tres platillos. Pan ecológico, carta de vinos desinhibidos en correspondencia con lo comestible (tomamos el Negre dels Aspres del Empordà) y una conciencia de lo sostenible, como manifiestan en un texto comprometido.

Me quedo más tranquilo al saber que han llevado a cabo «un estudio geobiológico del terreno». 

Así, geococina, nacida de la tierra, pasada por Rubí, descalcificada y osmotizada.

Construyen el mundo con platos.