La fiesta

La verbena de Sant Joan abarrota la playa de Barcelona: botellón masivo, al menos un apuñalado y controles laxos

La multitud toma la costa del centro de la ciudad para festejar la llegada del verano con sosiego y jolgorio

Un hombre muere en una hoguera de Sant Joan en Gimenells i el Pla de la Font (Lleida)

La pérdida de arena dificulta la limpieza de algunas playas del área de Barcelona por Sant Joan

Jordi Ribalaygue

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Ingenuo propósito pretender encauzar una fiesta que se desparrama por todas las aristas de la noche, como ocurre por la verbena de Sant Joan. Apenas se había puesto el último sol de la primavera cuando la multitud ya se había arrojado a las playas de Barcelona para saludar al verano, sin corsés: pocos huecos libres se adivinaban en los que acampar nada más anochecer en la línea de costa que baña el centro de la capital, entre las playas de Sant Sebastià y la del Somorrostro.  

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Fiesta multitudinaria hasta el amanecer en las playas de Barcelona por Sant Joan. /

La orilla regalaba una estampa soberbia, repleta e iluminada por los fuegos artificiales. No obstante, discrepaban quienes se disponían a aguardar el amanecer, tumbados sobre la lengua de arena que se extiende del Vela al Hotel Arts: ¿el gentío pintaba más nutrido esta vez que en los recientes estíos postpandémicos o se imponía cierto retorno a la normalidad, tras el desenfreno con el que se sacudió el escalofrío del covid?

Lo cierto es que, hasta bien entrada la madrugada, la juerga apenas dio síntomas de desbocarse. Incluso algunos menores participaban del jolgorio con sus padres, si bien el solsticio impone siempre sus reglas, relajando las costumbres, también con algún que otro zarpazo: al menos un hombre de mediana edad fue apuñalado cerca del pecho y tuvo que ser atendido en el paseo Marítim.

La trifulca sucedió rebasada la medianoche. En una noche de vigilia paradójicamente holgada para ser la más corta del año, se antojaba una hora tirando a tranquila, cuando apenas había surtido aún efecto el exceso de alcohol, bien surtido por los colmados -largas filas de clientes, solo superadas por las que se formaron ante los lavabos- y los numerosos lateros, no pocos con mesas colocadas en el malecón para exhibir la mercancía: de no entrar en el regateo que los vendedores casi imploraban a quien diese media vuelta tras preguntar el precio, los mojitos callejeros se vendían a cinco euros -cuatro, en la versión más barata- y la cerveza, a un euro, por debajo de los dos euros que los sedientos de agua tenían que aflojar. 

Un hombre señala a los agentes la herida tras ser apuñalado, durante la verbena de Sant Joan en la playa, en Barcelona. / JORDI OTIX

“Estábamos tomando unas cervezas cuando, de repente, un hombre lo empujó y empezó la bronca”, gimoteaba una chica que acompañaba al herido. Los sanitarios le practicaron un vendaje en el brazo izquierdo, a la altura del corazón. Descamisado y sereno, el hombre no perdió la conciencia. “Pasó solo por un golpe casual. El que apuñaló iba con tres o cinco más. Todos salieron corriendo”, relataron unos chicos en bici, que vieron el altercado. 

Los Mossos d’Esquadra rastrearon por la calle Pepe Rubianes y el paseo Marítim, tratando de localizar al agresor, quizá una quimera entre tanta gente. Varios vendedores ambulantes se esfumaron al percatarse de la presencia de los agentes, revoloteando a la búsqueda del atacante.   

Blindaje liviano

En una noche que invita a la distensión, hasta un agente de la Guardia Urbana de servicio departió brevemente con los periodistas. “Hay un dron controlando las aglomeraciones. En función del aforo, se cortará el acceso. Pero mejor que continúe así”, deseó. 

Se preveía que esta vez se estrechase el cerco para no atajar por medio de la Barceloneta en dirección de entrada o salida del litoral, para velar por el descanso de los vecinos. “Las verbenas de 2019 y 2021 fueron bastante caóticas y por eso propusimos al menos un cierre perimetral, aunque lo que pedimos siempre es el cierre de la playa por Sant Joan, pero nos dicen que no se podría garantizar”, expresa Manel Martínez, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de la Barceloneta. 

No obstante, el blindaje del barrio resultó imperceptible, liviano a lo sumo, si bien los furgones y los coches patrulla circularon arriba y abajo. Los policías sí llamaron la atención a algún que otro sarao en la arena: a Jeff y su numeroso grupo de amigos les hicieron desmontar el cercado que rodeaba una barra improvisada que atestaron con bebida y fruta. "No lo entiendo. Ni estamos borrachos ni la estamos liando", se quejó.

El interior de la Barceloneta apenas fue invadido. Avanzada la madrugada, la muchedumbre sí se amontonó ante la boca de la parada de metro, donde los empleados de TMB trataban de poner orden antes de dejar el paso franco. 

Despreocupación

Mucho antes de finiquitar la verbena, a Berta le fastidiaba no atisbar un claro en la playa donde instalarse con sus amigas. “¡Está a reventar! No sé si vamos a poder encontrar un sitio”, resoplaba la chica, despreocupada porque el enjambre congregado junto al mar pudiera ser propicio para un hurto o una agresión. “La verdad es que me da más miedo quemarme con los petardos”, opuso.

“¿Un robo? De eso siempre hay en Barcelona, también cuando no hay celebración. Ya me intentaron atracar una vez”, respondía Valerio, armado con un arsenal de cohetes. Carlos, envalentonado por los amigos y la botella que agarraba, ahuyentaba todo temor. “Si alguno viene con mala intención, lo amarramos y lo tiramos al agua”, zanjó.

Nil y Anna se dieron un chapuzón sin necesidad de que los empujaran: se zambulleron a medianoche, como es típico en Valencia, de donde proceden. “Nos ha dado un poco de corte, porque casi estábamos solos”, admitían. Les asqueaba la masificación, también los desperdicios del botellón que alfombraban la arena.

Un niño se baña en la playa durante la verbena de Sant Joan, en Barcelona. / JORDI OTIX

En los chiringuitos escoció que se les vetara organizar fiestas por segundo año consecutivo. “Sin prohibición, haríamos un 20% o un 25% más de caja”, calculaba Gianmarco. En todo caso, admitía que el negocio se dispara con la verbena. “Si normalmente tenemos 800 o 1.200 clientes, por Sant Joan podemos llegar a los 3.000”, estimaba. 

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Más modestas eran las pretensiones de Sandoval, latero para sortear el paro: compró 50 latas de cerveza al inicio de la noche y, en torno a las dos, había vendido unas 30, cada una por un euro. “Está yendo regular, porque hay mucha competencia este año -refunfuñaba-. En las fiestas de Gràcia he llegado a vender 300, pero aquí hay más vendedores que otras veces. Encima, los paquistaníes tienen bodega y les viene una furgoneta para suministrarles de nuevo”. Incluso en la noche más disparatada hay quien solo trata de sobrevivir.

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