Una vez superada la curva de la carretera de Miramar, que abraza los exóticos jardines del Mossèn Costa i Llobera, la Ronda Litoral atraviesa una tierra incómoda. A un lado, los muelles del puerto con su inconfundible olor a grano. Y detrás, el mar, claro. Al otro, el Morrot, esa pared maltratada desde los tiempos de los íberos; la cantera que ha servido para levantar murallas y monumentos, pero también para moldear la Sagrada Família, Santa Maria del Mar, el Palau de la Generalitat, la Llotja de Mar o el edificio de Correos. La proa de Montjuïc sobresale imponente, pero es a la vez frontera y muro entre barrios de una ciudad que parece terminar a los pies del castillo. Y no, ni mucho menos, porque tras el cementerio están los barrios de la Marina. Y la Zona Franca. Barcelona lleva tiempo buscando la manera amable de unir ambos mundos. Hasta tres planes municipales lo han intentado. Por ahora, sin éxito.
Agujero negro urbano
El Morrot de Montjuïc o la oportunidad perdida de recuperar un espacio único de Barcelona
La ladera de la montaña tiene pinta de ocaso urbano, pero no, es una barrera vial y natural entre barrios en uno de los lugares más desaprovechados de la ciudad
Vista del Morrot desde el Teleférico de Barcelona /
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