"Llevamos 19 meses viviendo en el portal del antiguo edificio de Telefónica en Barcelona"

Una colección de garrafas de agua y, reinando en lo alto, otra de lejía, son toda una declaración de intenciones. Presiden el acceso al precario cobijo que desde hace 19 meses se ha convertido en hogar de Antonio y Cheli. Porque si hogar es el lugar donde uno vive (o malvive) y duerme, el polémico edificio Estel ya es sin duda su domicilio. Aunque lo conforme un portal toscamente cubierto de pladur y con vallas laterales, abierto en el frontal y que los mantiene expuestos a las inclemencias y los peligros de vivir en la calle. O más concretamente, en el esqueleto de la que fuese sede de Telefónica hasta 2011, cuando el bloque vacío empezó a encadenar reventas y proyectos fallidos. La pareja, educada y amable, ha defendido "a capa y espada" esa morada accidental, que ha acabado siendo permanente. Al menos hasta que finalice el enésimo intento de rehabilitación, que esta vez parece definitivo, para convertir la mole de hormigón de 14 plantas en modernísimas y sostenibles oficinas con comercio y restauración en los bajos, de la mano de los fondos Bain Capital y Freo, con final de obra previsto en 2024, lo que a priori parece poco probable. Podría pensarse que el regreso de las piquetas hace unos meses haya agravado, a golpe de decibelios, el drama de la pareja. Pero no. Para Antonio, la matraca --parece que para rebajar los suelos de cada planta-- es solo un ruido más entre la banda sonora de la calle, cuando uno vive sin puertas ni ventanas que cerrar. "Los sintecho no somos todos iguales, aunque mucha gente lo piense", señala Cheli. Apunta que hay mil casuísticas que pueden conducir a acabar al raso, desde alguna adicción, trastorno mental, rebeldía, pobreza... A veces el destino sin más se alinea en tu contra: en poco tiempo Antonio (de profesión quiropráctico) perdió su empleo de conserje al ser sustituido por un portero automático; el cercano piso de renta antigua donde él llevaba 28 años (14 como pareja) se convirtió en una trinchera contra el 'mobbing' que en pocos años acabó con su derrota judicial, y finalmente ella también se quedó sin trabajo, siempre según su versión. No hubo manera de conseguir otro empleo, se lamenta él: "Tú te sientes perfectamente capaz de trabajar pero para el mercado laboral eres un viejo". Así que en pleno inicio de confinamiento se vieron desahuciados y en la calle, con una mano delante y otra detrás. "Vaciaron el piso y tiraron nuestras cosas", se lamenta ella. Lo más surrealista es que el piso que dejaron enseguida fue ocupado para presuntos usos ilegales, afirman. "El viejo edificio de Teléfonica de Barcelona tiene más historia que las pirámides de Egipto" Cheli, moradora "Hemos llamado a todas las puertas, siempre te piden más papeles, te ofrecen listas de espera de dos años y medio para el sorteo de un piso social... pero no nos han dado nada", mantienen el hombre, de 62 años. "No somos alcohólicos ni estamos aquí por gusto, pero no volveremos a pisar un albergue social. Había que dormir con la maleta atada a la mano para proteger tus cosas", apunta ella. Barruntan buscar un municipio más económico. "Pero ¿dónde? ¿qué puedo pagar solo con mi paga?". Percibe solo la ayuda para mayores de 52 años. Poco más de 400 euros. Vecinos antes que residentes Cuando llegaron a la torre de cemento no había vida. Estaba de nuevo en venta, hasta que hace unos meses volvieron los obreros. Ellos conocían al dedillo la trayectoria del inmueble fantasma, como lo llaman muchos, porque antes que moradores fueron vecinos del mismo barrio, la Nova Esquerra del Eixample. "Esto tiene más historia que las pirámides de Egipto", tercia ella --que no llegó a acabar Medicina y Derecho, pero trabajó en despachos de abogados y cara al público--, rememorando los intentos fallidos de hacer un hotel de lujo, apartamentos de alto standing y demás. Y por el camino, los saqueos de cobre (el último intento de robo del que queda en el sótano fue abortado), las ocupaciones de los primeros años, un incendio... Como habitantes de la enorme mole gris, tapada por lonas desde hace unas semanas, han vivido sus propias guerras, incluidas agresiones. "Las hemos visto de todos los colores", resumen. Primero para que la empresa de seguridad privada que custodia el inmueble no los echase de allí, ya que los vigilantes acceden al espacio interior que se conserva por una única puerta que conforma precisamente el portal que les cobija. Luego para blindar esos pocos metros: "No es fácil encontrar un espacio que no tenga un propietario que quiera echarte de allí", relata Cheli, ya que tras el inmueble siempre ha habido un limbo de fondos de inversión. Pero también para defenderse de robos, ya que varias veces se lo han quitado todo. "Una vez hasta nos lo quemaron". Coincidió con un ingreso hospitalario de ella por problemas de espalda. En otra ocasión, ella se tuvo que quedar sola unos días porque él tuvo que es hospitalizado de urgencia. La intentaron robar "unos menores marroquís", a los que tuvo que hacer frente, afirma. "Si estar en la calle es duro, estarlo siendo mujer es mucho peor", agrega. Lo supo cuando tuvo que afrontar un intento de agresión sexual. Gracias a tener conocimientos de artes marciales y con ayuda de una cadena logró golpearlo y ahuyentarlo. Pero pasó mucho miedo, así que se ha acostumbrado a dormir solo un par de horas al día porque él tiene un sueño profundo. "Es una mujer fuerte, valiente", apostilla Antonio, emocionado. Encajados entre obras Desde las obras, y viendo caer cascotes, temieron por su seguridad, pero han conseguido que la constructora instale un tejadillo de pladur a modo de protección, que no evita que cuando llueve entre agua. Ni los protegerá del frío este invierno. Pero de un modo u otro, con cartones y garrafas, se duchan en un rincón, preservando su higiene y dignidad por encima de todo. Algunos les preguntan si son los guardianes del edificio. Otros les insultan o increpan. Muchos les consultan si se puede aparcar, o información del edificio. "Parezco un portavoz del gobierno,", bromea ella. Otros vecinos les llevan a veces comida y ropa. Pero las posesiones son de ida y vuelta cuando no hay una llave que echar. Les robaron unos colchones y ahora tienen una colchoneta. Y las latas o productos caducados de súper integran normalmente su escasa despensa. También hay quien agradece que desde que se anclaron a la esquina de Calàbria con Mallorca ya no haya malos olores o excrementos. Ni humanos ni caninos. "No permitimos vejaciones ni faltas de respeto". Así que la lejía de la entrada y el agua son para limpiar las baldosas de la calle, o de su hogar, que hace 19 meses viene a ser lo mismo.

"Llevamos 19 meses viviendo en el portal del antiguo edificio de Telefónica en Barcelona"

El regreso de los obreros y las piquetas al enorme esqueleto de hormigón de la avenida de Roma, que está en desuso hace más de una década, contrasta con la dura realidad de la pareja de sintecho que vive instalada bajo los andamios

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