Los retos de la educación

Pobreza infantil: Cuando el 'casal' te salva de un verano sin salir de casa

Un grupo de niños del centro socioeducativo Poble-Sec de la Fundació Pere Tarrés, en una clase de tenis. / Manu Mitru

El fin del curso escolar abre unos meses de incertidumbre para aquellas familias que no tienen recursos para apuntar a sus hijos a campus o 'casals' de verano. La alternativa para estos niños y niñas, muchos de ellos en el umbral de la pobreza, es pasar el verano en casa, sin apenas salir. Entidades como el centro socioeducativo Poble-Sec de la Fundación Pere Tarrés velan por que estos menores tengan un verano lo más normal posible, en condiciones de igualdad con otros de entornos más favorecidos. Tras dos años de pandemia, este, además, es un verano de normalidad.

Este centro atiende durante todo el año a 150 menores de entre 3 y 17 años. Se les ofrece refuerzo educativo, apoyo psicológico y actividades lúdicas. Un centenar sigue en verano mientras que el resto aprovecha para viajar a sus países en familia. Esas vacantes las ocupan menores en lista de espera. "En estos momentos tenemos 253 niños en lista de espera", señala Marina Romero, coordinadora del centro. "No hay más recursos socioeducativos preventivos en el barrio", lamenta, consciente del número de niños que quedan sin cobertura. "Así como el Raval tienen muchos centros para la infancia, en Poble-Sec estamos nosotros, el Espai Infància y la entidad 12@16". Insuficiente para atender la demanda.

Todos los inscritos, básicamente originarios de Marruecos, Pakistán, Bangladesh y Latinoamérica (reflejo de la realidad del barrio), están becados. Las familias pagan 15 euros anuales como aportación simbólica. "Es para que den valor a lo que les ofrecemos", apunta Romero. El 70% de alumnos vienen derivados de servicios sociales, un porcentaje superior al que la Fundación Pere Tarrés había planteado inicialmente. "Pero tenemos tanta lista de espera que lo hemos ampliado. La pandemia ha aumentado la situación de vulnerabilidad de las familias", explica la coordinadora.

Juegos de agua en el 'casal' de verano del centro socioeducativo de Pere Tarrés en el Poble-Sec.

/ Manu Mitru

Gestión de las emociones

Los 13 profesionales del centro --eran cuatro hace seis años-- intentan que la mayoría de actividades sean al aire libre y fuera del edificio. "Sus familias tienen trabajos, sueldos y horarios precarios con lo que agosto se lo pasarán en casa. Así que aquí los llevamos a la playa, a la piscina, a museos, al parque o a la montaña", relata Romero. El centro cierra en agosto. De los 150 menores, los 40 en mayor situación de riesgo ocuparán una de las 70 plazas de un 'casal' social que la Fundació Pere Tarrés ofrece ese mes. "Son los más vulnerables. Los que no saldrán de casa o los que viven situaciones más conflictivas", describe la coordinadora.

También trabajan mucho la gestión de las emociones. "Con la pandemia muchos han vivido de cerca la tensión en casa, ya sea por problemas económicos, de desahucios o de violencia doméstica. Aquí les damos atención psicológica". Las dos psicólogas del centro van desbordadas. "Trabajamos en red con los servicios sociales, pero ellos también están desbordados. Las listas de espera se han multiplicado por cinco respecto a antes de la pandemia"

Y es que los meses de confinamiento dejaron a estos niños más nerviosos. "Estuvieron expuestos a la tensión, a los problemas. En algunos casos hay familias de cinco personas que viven en una habitación. ¿Cómo se puede, por ejemplo, hacer deberes ahí?", describe la coordinadora. Esta situación les afectó de manera diversa. Mientras unos se enfadaban y saltaban por cualquier cosa, otros se encerraron en sí mismos y otros asumieron el papel de adultos. Con la recuperación de la normalidad, la cosa ha ido mejorando. "Están más tranquilos. Se han liberado", admite Romero.

Tenis, Tibidabo, piscina y juegos

Los niños y niñas disfrutan estos días al máximo la oferta de actividades del centro. Monitores del Club de Tenis Barcelona acuden a impartirles clases. "Para muchos es una oportunidad de practicar un deporte que de otra manera no podrían hacer. Les resulta emocionante porque nunca antes habían cogido una raqueta de tenis", explica Romero. Uno de los apasionados es Cristian Márquez, de 8 años, aunque aclara que a él lo que le gusta de verdad es el fútbol. De madre paraguaya y padre canario, Cristian explica que lo que más le gusta es "ir de excursión, a la piscina y al Tibidabo".

Raina Solanki, originaria de Bangladesh, y Fátima Ahmed, de Pakistán, ambas de 9 años, comparten afición por las manualidades. A Raina, además, le encanta escribir cartas a amigas y a la familia. Compañeras de clase inseparables, esperan con ilusión las colonias de finales de mes. "Los juegos de noche" y "la piscina" son para ellas los principales atractivos de la escapada.