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Las gaviotas anidan en el fantasmal delfinario de Barcelona

Dos años después de su clausura, el Aquarama encara los últimos días de su existencia y Barcelona podrá ser así por fin Sean Penn en 'Mystic River'

Una gaviota incuba sus huevos en las antiguas gradas del público del Aquarama del Zoo de Barcelona. / Ferran Nadeu

Aún no han pasado dos años desde que Barcelona es, por decirlo dietéticamente, ‘dolphins free’, y las antiguas gradas del Aquarama son, en opinión de las gaviotas, un lugar estupendo ya para anidar. La vida salvaje, a la que ve la ocasión, siempre se abre paso. Pero el propósito de esta visita a aquel escenario de imborrables recuerdos de la generación del ‘baby boom’ no tiene por meta ir en busca de las huellas palmípedas de las gaviotas, que en época de puesta (recuérdese la polémica del año pasado) obligan a las autoridades funerarias de la ciudad a aconsejar que se visiten los cementerios con un paraguas como defensa, sino repasar cómo, cuándo y por qué Barcelona fue durante medio siglo el hogar de 31 delfines. Al primero de ellos lo saludó Franco en persona en 1965 en sus primeros nados. El último fue fruto de un embarazo no deseado. De todo aquello parecerá que queda solo una ruina, o sea, un relato nostálgico, y es exactamente todo lo contrario. Queda (sin ánimo de adelantar conclusiones) algo muy ‘Mystic River’. Luego verán.