Patrimonio

Hotel Peninsular, la irreductible aldea gala del Raval

  • El edificio, que fue convento agustino antes que hospedería de lujo para los visitantes de la exposición de 1888, no solo alberga uno de los patios más bonitos y singulares de Barcelona sino que, en manos familiares, desafía con éxito la pandemia y la devoradora especulación inmobiliaria de la ciudad 

Uno de los rincones del patio interior del Hotel Peninsular. / Ferran Nadeu

Fue convento de frailes agustinos a finales del siglo XVIII, restaurante con chef real y hotel. Abrió como establecimiento con posibles -“Situado al centro de la ciudad, construido expresamente para fonda, que reúne las mejores condiciones y comodidades, grandes departamentos para familias, servicio esmerado, cocina española y francesa”, rezaba una publicidad de 1889- y ahora goza de buena salud como hotel familiar, con una de las mejores notas concedidas por sus huéspedes en la relación calidad-precio. En sus anales figura otro hito, el de ser el espacio más fotografiado como encarnación del tiempo suspendido por el decreto de estado de alarma que siguió al inicio de la pandemia. No en vano fuen de los primeros, si no el primero, en tapiar con ladrillo puertas y ventanas. Si entonces fue símbolo de la angustia que suponía parar el mundo, es de justicia que ahora se materialice como la esperanza de la reactivación. El 10 de febrero, el Hotel Peninsular reabrió tras dos años de parón. Y lo hizo tal como cerró: sin ceder a muchos de los tanteos que ha vivido de fondos de inversión durante el viacrucis pandémico.