El 19 de febrero de 2016, un Airbus A320 procedente de Barcelona y con destino a París estuvo a punto de impactar con un dron que volaba por los alrededores del aeropuerto Charles de Gaulle. El piloto relató, ya en tierra y con el susto digerido, que vio el pequeño aparato unos cinco metros por debajo del ala derecha cuando estaba en plena maniobra de descenso. Tal es el dinamismo y el campo de juego del invento que un año antes, Enrique Iglesias sufrió la ira de las aspas de una de estas pequeñas aeronaves durante un concierto en Tijuana (México). Estos incidentes tan puntuales como improbables tienen como protagonista una tecnología con muchas posibilidades pero de difícil encaje, sobre todo en los entornos urbanos. Dicen los expertos que son artilugios muy seguros, y lamentan que España, sostienen, sea uno de los estados europeos más restrictivos en cuanto al uso de drones. Se le une la mala prensa, como la reciente denuncia a un hombre por realizar vuelos irregulares sobre Barcelona.
La explotación del espacio aéreo
Barcelona, territorio comanche para los drones
El uso de aeronaves no tripuladas está prohibido desde El Vendrell hasta Arenys de Mar. Solo con un permiso, y con la actividad muy regulada, se pueden captar imágenes aéreas en la capital catalana, que, según el sector, ha perdido proyectos suculentos por culpa de la burocracia
La pista de ’skate’ de la Mar Bella, retratada por un dron, a mediados de la década anterior /
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