Cerca de 75.000 personas visitaron la semana pasada cementerios barceloneses para honrar a sus muertos, como sucede cada año el 1 de noviembre. Pero ninguna de ellas acudió a la Riera de Sant Miquel, 39, en Gràcia, unos 200 metros por encima de la Diagonal, a poner una flor en recuerdo de los no se sabe cuántos cadáveres que llevan descansando desde principios del siglo XIX en los restos que queden enterrados del cementerio que estuvo abierto allí entre 1.816 y 1.818, limitado por las calles de la Riera de Sant Miquel, del Doctor Rizal, de Neptú y de Luis Antúnez. El olvidado camposanto de Gràcia, que tuvo una vida corta y tortuosa, nada que ver con el reposo: los últimos muertos acabaron abandonados sobre la tierra, algunos semidevorados por perros callejeros. Con los años, se edificó encima. Sobre aquellos huesos, quizá ya polvo, funciona ahora un colegio, el Josep Maria Jujol.
Barceloneando
El cementerio olvidado de Gràcia
Cuando las fosas parroquiales colapsaron, atestadas de restos humanos, Barcelona planteó un camposanto en la Riera de Sant Miquel que la ciudadanía rechazó
Inaugurado en 1816, clausurado en 1818 y en desuso desde 1820, quedaron cuerpos abandonados, y se edificó sobre los cadáveres que no devoraron los perros
Demolición, en 1982, de la capilla que estaba junto al Cementerio de Gràcia. /
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